Por Gustavo Martinez.- El ex gobernador de Santa Fe falleció ayer sin haber rendido cuentas por sus responsabilidades en la represión de diciembre de 2001 y por la catástrofe que representó la inundación de 2003. En esta nota, esos y otros tristes recuerdos que el afamado corredor de autos dejó en el pueblo santafesino.
Carlos Alberto Reutemann murió en la ciudad de Santa Fe, a los 79 años. Fue subcampeón mundial de Fórmula 1, dos veces gobernador de la provincia y senador durante más de 20 años.
Seguramente se escribirán kilómetros de palabras, pero lo que va a quedar en el tiempo es que en ambos mandatos, en dos áreas clave como Seguridad y Economía, puso a genocidas: Mercier-Riegé y Mercier-Álvarez. Repite así la lógica de la dictadura. Sirve para entender que lo que sucedió después, en el país, con Macri, ya había sucedido en Santa Fe. Ese sector fascista de la derecha podía hacerse del gobierno a través de los votos y lo hizo», aseguró hoy Martínez.
Por eso, conviene recordar este texto escrito en 2007.
“Cada vez que Carlos Alberto Reutemann realiza declaraciones algo imperceptible para los de arriba pasa por la cabeza, la memoria y el corazón de los de abajo. Ya no importa lo que dice o como lo dice. Algunos dirán que es una exageración afirmar que cada declaración de Reutemann compromete la paz social de nuestra provincia. Esos algunos son los que no han tenido la oportunidad de poner a prueba la dignidad, la memoria y la paciencia de los miles de luchadores sociales que diariamente le dan sentido a la democracia, más allá de las políticas oficiales. “Reutemann tiene predilección por los genocidas”, sentenció en un artículo, hace 15 años, el maestro Rubén Naranjo, uno de los pilares de la lucha por los derechos humanos en nuestra zona. Y también la tiene, vale añadir, por quienes le dieron continuidad a los planes económicos de la dictadura, como su padrino político Carlos Menem. En los dos gobiernos de Reutemann, el mismo secretario de Hacienda que brindó sus buenos oficios a la dictadura genocida. Los dos secretarios de Seguridad en su gobierno, también ejecutores-cómplices de los genocidas. A veces derrochamos recursos, tiempo y palabras. Bastaría con mencionar solamente esto último para describir a este hombre carente de fe y dignidad que hoy pretende dar cátedra de democracia.
El senador nacional Carlos Reutemann ha salido nuevamente de su habitual silencio con el propósito de ofrecernos a los santafesinos una lección sobre la historia reciente de nuestra provincia y de nuestro país.
Quizá no recuerde que ya tuvo en sus manos la oportunidad de darnos alguna lección. Y bien que la dio, lamentablemente con creces. Nos enseñó la magnitud del dolor: de sus dos mandatos nos quedan los muertos, entre ellos alguien con quien compartí trabajo, luchas y proyectos y que después de muerto me llevó a conocer a madres y padres, hijos y hermanos de las víctimas de la masacre de diciembre y de las inundaciones del 29 de abril del 2003: 23 muertos en los días de la inundación y, posteriormente, más de 150 a causa de la misma.
Diciembre de 2001 y abril de 2003 han marcado hasta el hueso nuestra historia reciente. Marcas sobre marcas, heridas y llagas provocadas por los ejecutores de la dictadura genocida entre los que el ex gobernador santafesino reclutó a sus ministros y secretarios:
Juan Carlos Mercier, secretario de Hacienda de la dictadura y secretario de Hacienda de Reutemann en sus dos gobiernos; el Teniente Coronel Rodolfo Riege, responsable de 40 casos de desaparición forzada de personas durante su gestión al frente de la UR II de la policía santafesina, y secretario de Seguridad del primer mandato de Reutemann, cargo que durante el segundo período ocupó Enrique Álvarez, quien formó y forma parte de la SIDE desde marzo de 1976.
Reutemann no entendió, y jamás logrará entender, nada de lo que pasa abajo, en el llano, nada de lo que ocurre en cada casa, en cada barrio.
No entendió, y jamás logrará entender, que hay muertos que viven y vivos que están muertos; que una cosa es contar con la impunidad del poder judicial y otra muy distinta es lograr la impunidad, el olvido o el perdón del pueblo y sus muertos, que no paran de gritar por justicia y dignidad para todos.
La humanidad entera, a la hora de describir en pocas palabras la brutalidad y la bajeza de nuestra especie y sus gobernantes, recurre a frases y expresiones imborrables, que siempre permanecerán en la memoria colectiva: “Lavarse las manos”, “Poncio Pilato”.
“Yo no sabía”, dice el senador ante la inundación. “No di orden de matar a nadie” en diciembre del 2001, argumenta.
El Poncio Piloto santafesino podrá repetir esas vaguedades hasta el cansancio.
No entiende, y jamás logrará entender, que ninguna palabra cambiará ya la historia y la realidad y los hechos, que los muertos viven y sus voces se multiplican, y que hay vivos que caminan sin comprender que están muertos. Los nombres de los que gatillaron, como Velázquez -el asesino de Pocho Lepratti-, Quiroz, Iglesias y otros, se irán perdiendo para los muchos, pero, a la vez, esos muchos, cada vez más, con el correr del tiempo le pondrán nombre y apellido a la cobardía, a la ignominia, al escarnio, al robo de nuestra riqueza y a los responsables de tanto dolor.
En este país, la derecha mata, amenaza, chantajea y difama para obtener el control de dos áreas de gobierno que considera fundamentales: economía y seguridad. Y, sin embargo, cuando las tiene en sus manos mata mucho más, con balas de hambre, de impunidad, y también con las de plomo. Está escrito en los paredones de Ludueña: “Cuando la cana nos tira, el que apunta es el gobierno”.
Queremos parar este mundo, detenerlo al menos por un momento, detener la máquina de fabricar tragedias humanas. Pero no, no hay caso. Imaginamos situaciones frente a todo lo que parece que se anuncia, e imaginamos respuestas porque la historia nos ha enseñado que cuando tenemos la melancólica esperanza de que es el último asesinato, viene otro, el Pocho Lepratti, y Maxi y Darío, y el Oso Cisneros y la desaparición de Jorge López y el fusilamiento del compañero Carlos Fuentealba y… Esa letra, “y”, ya duele de tan interminable, de tan injusta.