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Nota publicada el 22 / 04 / 2017

Refundar la política

 

Los gobiernos populares, progresistas o revolucionarios que se constituyeron en Latinoamérica en los últimos veinte años han sido una resultante de los procesos de acumulación de años de resistencias de los pueblos encabezados por los movimientos sociales en conjugación con algunas organizaciones políticas de izquierda. Tales gobiernos constituyeron un paso más en la búsqueda de nuevos caminos posibles en tal dirección y eso habilita la formulación de interrogantes acerca del alcance transformador de sus gestiones

Por Isabel Rauber (Doctora en Filosofía. Directora de la Revista “Pasado y Presente XXI”; escritora. Profesora adjunta de la facultad de Filosofía de la Universidad de La Habana).

El recuento crítico de los acontecimientos políticos del último período en el continente revela que los ejes de las propuestas políticas que definieron el quehacer inicial de los gobiernos populares estuvieron marcados por la urgencia de responder a los desafíos impuestos por la catástrofe neoliberal y sus democracias “de mercado”. Esto imprimió a tales gobiernos el sello “posneoliberal” como característica predominante, a la vez que definió tareas y sujetos. Pero ese tiempo posneoliberal no sería eterno; sintetizando, puede afirmarse que se agotó al finalizar la primera década; con ella el “ciclo progresista” cerraba su fructífero tiempo y abría las puertas a la realización de transformaciones raizales.
Nuevos desafíos se perfilaban e imponían nuevas tensiones a los procesos iniciados por las sendas posneoliberales, planteando claramente a sus referentes políticos y gubernamentales la disyuntiva de arriesgarse a reajustar el rumbo hacia un horizonte poscapitalista o quedar entrampados en la lógica del capital.
Está claro que los gobiernos populares han tenido la decisión de enfrentar la avanzada ideológica, económica y cultural de los poderosos y lograr la continuidad de los procesos populares iniciados. Pero las opciones de cómo hacerlo y con quiénes, estuvieron en dependencia de su posicionamiento ante la disyuntiva mencionada.
Gran parte identificó que la continuidad de los procesos resultaría de conservar los gobiernos. En aras de ello fructificaron pactos de gobernabilidad con actores del poder del capital (que buscó y busca derrocarlos). Entonces, los gobernantes populares “tropezaron” con la lucha de clases, supuestamente superada por la democracia.

Quienes apostaron por la conservación de los gobiernos populares, priorizaron:

• Fortalecer los acuerdos de cúpulas aliándose con sectores del poder económico y político considerados “moderados”… (co-gobernar con los adversarios).

• Aferrarse a la institucionalidad caduca y sus bases jurídicas, apostando a hacer “buena letra” para demostrar la “buena voluntad” democrático-institucional.

• Ajustarse a la democracia propia del sistema democrático burgués existente y su sistema jurídico, mostrándose “inofensivos” ante los poderosos, esperando tal vez no caer en su mira criminalizadora.

• Correlativamente, se pusieron frenos al protagonismo popular y al proceso de cambios que florecía desde abajo. Esto favoreció la germinación de contradicciones insospechadas entre el poder popular naciente (construido desde abajo por los pueblos) y el poder constituido, paradójicamente –en estos casos– personificado por representantes del gobierno popular. Y ello no sólo fue aprovechado por los sectores revanchistas sino también fogoneado intencionalmente para debilitar la base social de los gobiernos populares y –si fuera posible– sumarla a su proyecto opositor.
Estas contradicciones contribuyeron al desgaste político de los gobiernos, al tiempo que los sectores del poder desplazado del ejercicio del Ejecutivo reacomodaban sus mecanismos y herramientas de producción de hegemonía y consensos sociales a las nuevas realidades. Con el despliegue de la guerra mediática estos sectores diluyeron sus acciones de guerra económica, ideológica y sicológica y relanzaron su estrategia injerencista.

El golpe “parlamentario” ocurrido en Honduras en junio de 2008, anunció el fin del período de reacomodo y supuesta aceptación de las reglas democráticas por parte del poder hegemónico, y la apertura de una nueva era de acciones desestabilizadoras, destituyentes y golpistas en el continente. Pero tales acontecimientos fueron –hoy se ve– subestimados, tal vez por otorgar excepcionalidad al “caso hondureño”, como antes también al proceso separatista que buscaba derrocar a Evo Morales (2007), o el ataque a Correa (2010), o la destitución de Lugo (2012), hasta que llegó el turno a “grandes” como Brasil, Argentina, Venezuela…

Está claro hoy que la “convivencia” democrática de proyectos diferentes es pura fantasía; que países soberanos con un modo de vida diferente al que requiere el colonialismo imperialista no serán tolerados por el Imperio y sus lugartenientes locales en su “patio trasero”. Hoy, inaugurando “la era Trump”, los tentáculos del secular poder imperialista se revuelven, aggiornados, contra los pueblos del continente con renovada furia y ensañamiento.

La disputa es prácticamente cuerpo a cuerpo, pero centrada en las mentes, factor clave –ayer y hoy– para la dominación.

Hay otros caminos…

Los gobernantes que tomaron la decisión de profundizar los procesos populares de cambios iniciados, radicalizándolos –cada quien a su manera–, asumieron y asumen –ciertamente– un camino lleno de incertidumbres y contradicciones. En tanto lo nuevo es inédito, es y será obra de la creación y empeño colectivos de los pueblos. La prueba y el error atraviesan estas experiencias; en ellas se configuran elementos del nuevo poder popular y van madurando los nuevos saberes acerca de él.
Esta perspectiva estratégica revolucionaria –aunque algunos pretendan invisibilizarla tras el desesperanzador discurso del “fin de ciclo” o el “fin de la globalización”–late hoy en el continente en los procesos populares de Bolivia, Venezuela, El Salvador, Nicaragua, Ecuador… y aguijonea la pulseada constante con los poderosos y sus apéndices locales. Contradicciones y amenazas florecen por doquier y convocan a los pueblos, a las organizaciones sociales y políticas y a los gobiernos populares, revolucionarios o progresistas, a hacer un alto en el camino, analizar las políticas actuales y la correlación de fuerzas, reflexionar críticamente acerca de lo realizado y definir –colectivamente– un camino a seguir: ceder para conservar (retroceder) o profundizar para avanzar (continuar los procesos de cambio iniciados afianzando su orientación poscapitalista).
La adopción de uno u otro camino arrojará conclusiones muy diferentes para el quehacer político actual. Ellas configuran, por tanto, un punto neurálgico de bifurcación política de los procesos populares, progresistas o revolucionarios del continente: mantener (y defender) el statu quo alcanzado, abonando un camino de reformas restauradoras del capitalismo, o profundizar los avances revolucionarios iniciados, apostando a la creación y construcción raizal de otra geometría del poder (popular) anclada en la participación protagónica de los pueblos, abriendo cauces a la refundación de la política desde abajo.

Aprendizajes claves para los pueblos

Las experiencias de los gobiernos populares significaron para los pueblos transitar por un conjunto de aprendizajes.

Entre ellos, destaco aquí:

• Quedó al descubierto –en los hechos– que gobierno y poder no son sinónimos, que las revoluciones democráticas no son sinónimos de la otrora “vía pacífica”; suponen la profundización del conflicto político como vehículo de la lucha de clases, anudada fuertemente con una profunda batalla político-cultural de ideas.

• Un proceso revolucionario no se define como tal por el hecho de que militantes de izquierda ocupen cargos en el Estado y el gobierno, sino por abrirse hacia la democracia popular (participativa) para avanzar en la construcción colectiva de las nuevas vertientes del nuevo poder, el poder popular desde las comunidades, las comunas, los movimientos indígenas, barriales, de campesinos, de mujeres, ecologistas, LGTB, etc…

• La democracia no se circunscribe a lo electoral, es parte de una red constructora de los concesos sociales que garantizan la repetición de los ciclos electorales, acorde con los intereses de las clases a las que responde.

• El crecimiento económico es importante, pero insuficiente.

• La búsqueda, creación y construcción de una nueva civilización, superadora de la que está regida por los intereses del capital, implica crear, construir y sostener otro modo de producción y reproducción de la vida social, otro modo de vivir y convivir (el buen vivir).

• La educación política, la batalla ideológica es central. Y está anudada a la participación política, al empoderamiento. Este germina con la participación consciente y protagónica de los sujetos en los procesos sociotransformadores.

• Caducó la concepción de la política desde arriba y a “dedo” propia del siglo XX, la subestimación de la política, y las viejas modalidades de la representación política que suplantan el protagonismo popular y fragmentan lo político de lo social.

• Agotamiento de la fragmentación entre lo social y lo político, sus organizaciones y sus modalidades de acción y existencia. Articulación y construcción de convergencias marcan las bases para lograr un nuevo tipo de unidad (con diversidad).

• Fin del maximalismo teórico y el minimalismo práctico propio de sectores (ultra)izquierdistas.

• Fin del pensamiento liberal de izquierda y de las prácticas que, en virtud de ello, aíslan a la militancia de los procesos concretos de los pueblos, posicionándolas fuera de los escenarios reales de las contiendas políticas.

Desafíos

Estar atentos a los cambios del sistema de dominación injerencia-saqueo global del capital en sus personificaciones imperialistas-nacionalistas xenófobas.
La salida (relativa) del Reino Unido de la Unión Europea y el triunfo de Trump en las presidenciales de Estados Unidos detonaron las alarmas de los analistas geopolíticos del planeta. Por derecha y por izquierda la confusión se generaliza y no son pocos los que ahora pretenden hacernos creer que la globalización ha llegado a su fin.
El fracaso guerrerista-injerencista de la OTAN en Medio Oriente y, con ello, de los planes de la tríada imperial para consolidar su dominio unipolar en el mundo, fue marcado fundamentalmente por el avance de la coalición ruso-china en alianza con Irán y otros estados de la región. En virtud de ello, los motores del poder global del capital se disponen a reacomodar su estrategia de dominación global, conjugando el retorno a ciertas modalidades de proteccionismo nacionalista (en sus territorios cabeceras), enlazado con el libremercado (para sus expansiones internacionales), según lo requiera el actual proceso de acumulación a escala global del capital.
Identificar los programas proteccionistas de Gran Bretaña y Estados Unidos como indicadores del fin de la globalización es ignorar la historia de los ciclos del capital y sus mercados: son predominantemente proteccionistas o ultraliberales de modo alterno según uno u otro camino garantice en cada momento el mayor aumento de sus ganancias. Es un circuito repetitivo y sin salida que indica el agotamiento de la civilización nacida y desarrollada con el capital. El triunfo del Brexit y el de Trump sintetizan el giro actual del poder global que –con nuevos formatos, contenidos y alcances– marca un punto de inflexión para una nueva arrancada… Tener esto en claro es decisivo para los pueblos, para no equivocar el rumbo, ni las tareas, ni los horizontes de sus resistencias, luchas, creaciones y construcciones de lo nuevo.

La importancia de actuar

Lo expuesto –en muy apretada síntesis–, define campos de acción política para el quehacer político presente y futuro de los movimientos sociales populares y la izquierda latinoamericana en general. Entre ellos destaco:

• Replantearse la transición hacia la nueva civilización como un proceso de creación-trasgresión (revolución) permanente de los pueblos.

• Recuperar la centralidad protagónica de los sujetos populares en los procesos de transformación social.

• Radicalizar la democracia hacia la democracia popular anclada en la participación, creación, definición y acción de los pueblos.

• Refundar la política, anclarla en la participación popular, con capacidad para construir hegemonía popular y promover las articulaciones y convergencias necesarias en cada momento, y para construir la conducción política colectiva del proceso sociotransformador en cada país, en la región, el continente y el mundo.

• Modificar de raíz la interrelación Gobierno-Estado-Pueblo para construir democracias populares.

• Crear y desarrollar un nuevo modo de producción y reproducción.

• Desplegar la batalla ideológico-cultural por una nueva civilización a favor de la vida.

• Construir hegemonía popular; salir del cerco ideológico, político, cultural y mediático del poder hegemónico.

• Articular los procesos de acción sociotransformadora con procesos de formación política.

• Cambiar de mentalidad y de actitud ante la vida. La superación crítica de los paradigmas que guiaron los procesos sociotransformadores del siglo XX (aún vigentes) resulta ineludible.

• Apoyar procesos de renovación o renacimiento o construcción de una nueva izquierda política, social y cultural. Capaz de abrir cauces a procesos raizales de empoderamiento popular desde abajo y construir las convergencias colectivas hacia un horizonte común.

Es tiempo de crear, construir y transitar nuevos caminos. En este sentido, resulta central tener presente que el proceso de superación del capitalismo es parte de un proceso histórico-cultural de creación-aprendizaje de los pueblos del mundo de un nuevo horizonte histórico, descolonizado, anclado en los principios del “buen vivir” y “convivir” entre nosotros y con la naturaleza.

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