El apoyo plural a Cristina, diverso en lo político y social, expresa evidentemente un rechazo a las últimas pretensiones supremas del gobierno, violentar la Carta Magna y la expresión callejera
Por Emiliano Guido
La estación subterránea más próxima a la residencia de Cristina Fernández es un hub de techo bajo sin marquesinas comerciales o anuncios de gobierno a la vista, sobre sus paredes curvas, bañadas por una iluminación sucia, un hilo de viñetas -de colores saturados y trazo rústico- evocan a la cinta infinita “moebius”.
Una división sustancial de la ciudad de Buenos Aires está parcelada en colores y letras. Es que el status inmobiliario y la conectividad de cada ciudadano se halla influida de forma notoria por cuál es la línea de subte con la que contigua, en una urbe híper saturada, la mejor forma de desplazarse es por abajo, ocultos y decididos como los topos.
Una división sustancial de la ciudad de Buenos Aires está parcelada en colores y letras. Es que el status inmobiliario y la conectividad de cada ciudadano se halla influida de forma notoria por cuál es la línea de subte con la que contigua.
La linea D de color verde, el segmento subterráneo de mejor frecuencia en el arribo, es el ducto distintivo de las comunas pudientes del norte; su reverso es sin duda la línea E, las de formaciones más añejas, que serpentea de sur a oeste, el único rincón de la capital aún no gentrificado por el mercado, cuyo estampado violeta tiene la singularidad de ser el tono que arropa al oficialismo.
Cristina decidió habitar el sur de CABA; podría haberlo hecho en Recoleta, donde tiene una propiedad. Pero, tiene su lógica, una vecina de aquel condominio fue señalada como partícipe secundario en su intento de asesinato.
Entonces, quizás, se halle más a gusto en el hemisferio de la ciudad menos mimado por el gobierno del PRO, donde las plazas tienen hinchados pastizales porque no son prioridad en el mantenimiento público, donde las personas en situación de calle y las trabajadoras sexuales son perseguidas y reprimidas con severo maltrato por parte de la policía local.
Cristina decidió habitar el recodo de la ciudad al que se llega con la formación de subte violeta, el haz subterráneo menos cool. Una comuna, la uno, donde el peronismo viene imponiéndose en los últimos comicios, aunque también es el barrio de CABA donde el abstencionismo electoral pegó más fuerte. Contrariedades.
El Tribunal a cargo de monitorear el arresto de Cristina utilizó una palabra extraña, “vecindario”, un término más propio de la literatura hispanizada, para indicar que su prisión domiciliaria no debe alterar la tranquilidad de Constitución. El barrio donde las personas sin techo son violentadas a mansalva; incluso por vecinos autoorganizados, el vecindario de las luces maltrechas, de los múltiples hoteles de dos estrellas habitados por familias hacinadas.
El Tribunal a cargo de monitorear el arresto de Cristina utilizó una palabra extraña, “vecindario”, un término más propio de la literatura hispanizada, para indicar que su prisión domiciliaria no debe alterar la tranquilidad de Constitución.
Cristina decidió habitar un barrio que lleva como nombre, vaya paradoja, el término que designa a la Carta Magna, a la ley de leyes, al santo grial del orden jurídico. Constitución, la barriada en cuyos balcones penden, ahora, decenas de banderas políticas esmaltadas en el centro con su rostro o por la figura icónica de los dos dedos en V.

Demotransversal
La movilización del 18 J contra la proscripción electoral de Cristina Fernández tuvo un componente atípico y masivo. Atípico porque estuvo la izquierda, y no la CGT. La masividad se explica por las fotos. Se trató de una movilización contundente, varias columnas debieron escuchar el audio de la ex presidenta a varias cuadras de una Plaza de Mayo colmada.
En cuánto a las firmas de los convocantes se observó la estampa de casi la totalidad de la feligresía trotskista, salvo el Movimiento al Socialista de los Trabajadores, pero no la firma de la conducción de la central sindical de calle Azopardo que, tras varios devaneos y en plena transición de su conducción, decidió no participar.
En el interior del panperonismo el presentismo fue absoluto, otra particularidad. Más allá de la organización La Cámpora, el instrumento político fiel a Cristina, cuatro dirigentes de peso, y de perfiles muy disímiles, como Sergio Massa, Axel Kicillof, Juan Grabois y Guillermo Moreno, también se mostraron solidarios con la ex Jefa de Estado. A su vez, estuvieron las dos centrales sindicales de la CTA con la representación de sus máximos dirigentes.
En síntesis, fue una marcha con mucho perfil político partidario, también con protagonismo de los movimientos sociales y de los colectivos feministas, pero poco nutrido con la voz de los sindicatos, un blend identitario ajustado a la última génesis del kirchnerismo.
Fue una marcha con mucho perfil político partidario, también con protagonismo de los movimientos sociales y de los colectivos feministas, pero poco nutrido con la voz de los sindicatos, un blend identitario ajustado a la última génesis del kirchnerismo.
El fallo de la Corte Suprema modificó el paisaje político. Cristina recuperó centralidad política porque la sentencia, si bien atentó claro está contra su libertad personal, instala una doctrina jurídica muy lesiva del sistema político. En pocas palabras, la resolución de la causa de Vialidad endilga responsabilidad legal a la máxima autoridad política del país en cada uno de los actos de gobierno que se desarrollen bajo su extenso y abigarrado organigrama estatal.
Con la lógica argumentativa de los tres jueces supremos si un ministro de Catamarca hubiese cometido un desfalco en determinada partida presupuestaria la autora jurídica del hecho sería, en última instancia, Cristina. De ahora en más los futuros Jefes de Estado están en la mira, el fallo de la causa Vialidad extiende los hilos tóxicos del lawfare sobre toda la arquitectura política.
Mientras tanto, la ministra Patricia Bullrich anuncia en redes sociales de forma periódica que las fuerzas de seguridad desarrollan operativos en San Telmo (sic) para que la militancia congregada en torno al domicilio de Cristina no altere la paz del vecindario, ese que lleva un nombre tan particular.