El “sacrificio” de la base oficialista capta la energía anímica que invirtieron e invierten los seguidores del presidente Javier Milei a la hora de modelar sus expectativas. ¿El neoliberalismo premia a quiénes resignan sus derechos sociales?
Por Esteban Rodríguez Alzueta*
El sacrificio es una inversión de tiempo organizada según criterios pautados de antemano. El sacrificio nunca es azaroso, sigue determinados rituales que encantan y animan a sus participantes. Renunciamos a algo precioso en el presente con la intención de lograr un objetivo mayor el día de mañana. Ese renunciamiento no es ciego, se hace en función de alcanzar un propósito que despierta esperanzas. Por ejemplo, durante mucho tiempo, las condiciones desventajosas con las que se realizaba el trabajo presente, se verán recompensadas con el bienestar que aguardaba en el futuro.
Los esfuerzos presentes serán retribuidos el día de mañana con movilidad social. Una movilidad que, antes, se verificaba en las trayectorias de los padres. Crecimos viendo a nuestros padres deslomándose, pero ese sudor se compensaba el día de mañana con vacaciones pagas, con salud para la familia, con una mejor educación para los hijos. Una movilidad, entonces, que reclamaba mucho más que esfuerzo y compromiso, necesitaba la paciencia de todos, puesto que la recompensa no llegaba de un día para el otro.
En las sociedades neoliberales, organizadas alrededor del consumo y la deuda, el sacrificio es una tarea imposible, que contradice su naturaleza. El capital ya no necesita del ahorro y el consumo proyectado de los trabajadores sino del endeudamiento y el gasto desenfrenado de los consumidores satisfechos. No tener plata no puede ser nunca un obstáculo para salir a satisfacer el consumo. Siempre tendremos la posibilidad de endeudarnos en cómodas, o incómodas, cuotas para mantener nuestras expectativas consumistas.
Se sabe: “compre hoy y pague mañana”. Ahora las cosas están al alcance de la mano, basta saldar las deudas anteriores. Lo cual no es poca cosa. Pero, mientras se siga el juego, la rueda seguirá funcionando. El capitalismo contemporáneo aligeró las tareas presentes para los consumidores que reniegan de ser trabajadores y se sienten emprendedores autosuficientes. No hay que invertir esfuerzos a largo plazo. Nuestra capacidad de deuda compensa la falta de tiempo.
En las sociedades neoliberales, organizadas alrededor del consumo y la deuda, el sacrificio es una tarea imposible, que contradice su naturaleza. El capital ya no necesita del ahorro y el consumo proyectado de los trabajadores sino del endeudamiento y el gasto desenfrenado.
Narraciones con fecha de vencimiento
El sacrificio, al igual que la esperanza, forman parte de una misma narración. El capitalismo proveyó muchas narraciones, una de ellas fue el progreso, la prosperidad, el bienestar, la justicia social. El presente era presentado como un peldaño que conducía a su sucesor, la palanca para acceder a un futuro promisorio. La esperanza no es un castillo en el aire, hace pie en los sacrificios presentes, pero también en la memoria de las generaciones pasadas que vivieron situaciones mucho peores.
La estructura temporal del progreso o la justicia social requieren de una narración que permita proyectarnos hacia delante, que separe el presente del futuro, pero que se articula al mismo tiempo a través del pasado-presente. La esperanza anida en la trama que vincula el presente con la consumación de un futuro imaginado, que supera la situación actual, pero también las situaciones vividas que están presenten para demostrar que las cosas pueden ser distintas.
Habría que buscar otra palabra para pensar ese esfuerzo que luego se compensa y completa con el optimismo o las expectativas de los seguidores de Milei. Tal vez se podría hablar de generosidad. El votante de Milei no es alguien que hace sacrificios sino es alguien que es generoso, que está dispuesto a hacer esfuerzos generosos. De hecho, si los hizo los años anteriores ¿por qué no puede hacerlos ahora, justo ahora que hay un líder que llamó las cosas por su nombre, que puso las cosas más cerca de sus resentimientos, de sus odios, su rabia, su tristeza, su incredulidad, pero también más cerca de sus vitalismos?
El votante de Milei no es alguien que hace sacrificios sino es alguien que es generoso, que está dispuesto a hacer esfuerzos generosos. De hecho, si los hizo los años anteriores ¿por qué no puede hacerlos ahora, justo ahora que hay un líder que llamó las cosas por su nombre, que puso las cosas más cerca de sus resentimientos, de sus odios, su rabia, su tristeza, su incredulidad, pero también más cerca de sus vitalismos?
Porque el voto a Milei fue un voto de confianza hecho con bronca, pero también con alegría. Un voto amasado en el resentimiento, pero muy entusiasta. Milei sedujo y seduce, sabe decir lo que la gente siente y quiere escuchar. Milei destaca porque supo conectar con ese bajo fondo para luego decir lo que el resto de la dirigencia escondió debajo de la alfombra con su habitual chatarra ideológica. La alegría que despierta saber que la casta (o sea todos nosotros) deberá aprender a hacer esfuerzos, como ellos venían haciendo desde hace tiempo.
Generosidad y consumo
El entusiasmo que despertó no es gratuito. La magia tiene un precio que sus seguidores están dispuestos a pagar a cambio de mantener vivo el espíritu de revancha que fue creciendo con el odio que guardó y alimentó durante años. La generosidad, entonces, es la forma que asume el apoyo que está listo a hacer el votante de Milei a cambio de que democraticen el esfuerzo, pero también que mantengan vivo, en el presente inmediato, las expectativas de consumo.
Entiéndase, generosidad acá implica rescindir gran parte de la capacidad del consumo, pagar más el litro de nafta, que las tarifas se vayan por las nubes, mesurar las vacaciones, desistir algunas salidas, pagar más altos los alquileres. Un esfuerzo, insisto, con fecha de vencimiento. Un esfuerzo que valdrá la pena si involucra al resto de la casta que se la pasó ahorrando en dólares, viajando por el mundo, de festival en festival, cambiando el auto todos estos años, mientras ellos se iban endeudando, continuaban patinando en el barro, tenían cada vez más dificultades para estar a la altura de las deudas que tenían que honrar.
No hay sacrificio en el neoliberalismo. El sacrificio es una inversión a largo plazo. Los cálculos en la sociedad neoliberal son económicos y presentes. No hay una inversión ética como sucede con el sacrificio. En una sociedad tomada por la urgencia, los esfuerzos tienen las horas contadas. El adherente podrá ser generoso hoy, tal vez mañana, pero cuando se dé cuenta que las tarifas continúan licuando su capacidad de consumo y los salarios no aumentan, que la plata que juntan todos los días no alcanza para pagar el precio de los remedios o el alquiler, o la atención médica escala hacia los extremos, se le habrán acabado las fichas para seguir apostando a su favor.
No hay sacrificio en el neoliberalismo. El sacrificio es una inversión a largo plazo. Los cálculos en la sociedad neoliberal son económicos y presentes. No hay una inversión ética como sucede con el sacrificio. En una sociedad tomada por la urgencia, los esfuerzos tienen las horas contadas.
Podrán ser generosos, estar dispuestos a comer vidrio durante algún tiempo, pero tarde o temprano, tal vez más temprano que tarde, les ganará otra vez el resentimiento, el enojo y la queja. El sufrimiento es un esfuerzo redentor, salvador, provechoso. Los seguidores de Milei podrán ser generosos, pero dudo que estén dispuestos a inmolarse con él.
*Docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes y la Universidad Nacional de La Plata. Profesor de sociología del delito en la Especialización y Maestría en Criminología de la UNQ. Director del LESyC y la revista Cuestiones Criminales. Autor, entre otros libros, de Temor y control; La máquina de la inseguridad; Vecinocracia: olfato social y linchamientos, Yuta: el verdugueo policial desde la perspectiva juvenil, Prudencialismo: el gobierno de la prevención; La vejez oculta y Desarmar al pibe chorro.