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Nota publicada el 21 / 04 / 2016

Sapo montonero

 

Por Alfredo Grande (APe).- La tierra necesita héroes. Lo aprendí de Bertold Brecht. Es necesario pensar qué es un héroe. Y pasar del héroe colectivo que postulara el talento masacrado de Oesterheld, al colectivo de héroes. Colectivo en tanto grupo con una estrategia de poder. Héroe por la decisión no reactiva ni oportunista, ni coyuntural, de combatir a todas las formas de la cultura represora. Incluso la que se enquista en las mismas organizaciones que dicen combatirla. Esa lucha puede corromperse, pero en su origen es pura y sin mancha.
“No hay verdad más armada que la pura inocencia” escribió Alberto Morlachetti. La pureza es corrompida, como los ácidos corroen el metal. Pero donde nunca hubo pureza, donde la sonrisa fue ahogada antes de asomarse a los labios, donde la ternura fue tronchada antes que se deslizara por la piel; nada se corrompe porque todo está podrido desde sus profundidades.
La política en el capitalismo es apenas la cobertura del pan de todas las locuras y el chocolate rancio de todas las amarguras. Y cuando logra los sueños más tranquilos, puede con la tranquilidad de los verdugos y los torturadores hablar de gobernabilidad. O sea: el arte de disimular, de encubrir, de engañar, de estafar, de ganar todos los concursos para que los lobos puedan lucir los trajes y vestidos de las ovejas. En la tierra contaminada de la gobernabilidad democrática, donde proliferan los sabihondos y suicidas como si todo el mundo fuera un cafetín de Buenos Aires en el cual quedan con la ñata sobre el vidrio millones de voluntades y deseos, crecen, siempre crecen, los colectivos de héroes.
Es una lucha desigual. Porque ellos tienen todo el poder y lo saben, y nosotros tenemos toda la fuerza y lo ignoramos. Más tarde que temprano, este plano inclinado de nuestra propia desigualdad construida tendrá un cambio de eje. No de una vez y para siempre. Pero tampoco en la crónica esperanza de una espera eterna en la bienaventuranza de una eternidad reaccionaria.
Alguna vez dije, y siempre recordando a George Orwell, que lo único que podemos cambiar es el pasado. O sea: el sentido en el cual nuestro pasado devino este presente que no siempre combatimos. O del cual nos quejamos. O del cual siempre protestamos. Necesitamos que los perros muerdan porque de tanto ladrar ya están afónicos.
A diferencia de lo que tanto se ha cantado, no siempre es triste la verdad y muchas veces tiene remedio. La verdad: la democracia burguesa es la forma más perfecta de encubrir la explotación de la clase capitalista sobre la clase trabajadora, y especialmente, sobre la clase obrera. Explotación que tiene la sutileza de un rayo láser, de un impuesto al consumo, de un ritual electoral.
Nunca más a las formas groseras, grotescas, evidentes, obvias, que se pueden fotografiar, filmar y grabar. La publicidad se encarga de fabricar sonrisas, apretones de manos y abrazos, para sepultar llantos, fracturas de cráneo y suicidios cuidadosamente vigilados. Y entonces aparece como la opción a cualquier dictadura genocida el Estado de Bienestar. Que también necesita un enorme aparato publicitario, al mismo nivel que la Coca Cola. O más. Y el Estado dice de él mismo que es de Bienestar, aunque nunca aclara que hay pequeños bienestares, medianos bienestares y todas las rutas del dinero.
Todos los caminos de la economía capitalista llevan a las sociedades off shore. En el mundo de los negocios de la economía capitalista hay dos tipos de off shore: los que se descubren y entonces el escándalo es la cara visible de la crónica hipocresía y los que no se descubren simplemente porque están a la vista de cualquier que quiera ver. La denominada corrupción, que es una constante, una regla absoluta, es el off shore aceptado. El denominado off shore es corromper más de lo necesario. Los hijos del Poder en realidad son la evidencia que la omertá maffiosa ha reemplazado a la sagrada familia. Ahora se juntan los domingos no a comer ravioles como los tiernos Campanelli, sino toda la semana para contar dólares.
No sé adónde van las oscuras golondrinas, pero las oscuras ganancias de los capitalistas todos saben a dónde van. On shore, off shore, pero nunca a los bolsillos de los únicos que generan la riqueza: los trabajadores. La derecha liberal y la derecha fascista han visto comunismo, socialismo, anarquismo en las más modestas propuestas de sensibilidad social. Tiene una envidiable conciencia de clase.
Desde esa mirada reaccionaria, el kirchnerismo sufrió el anatema de montonero. Agravio nada gratuito para el colectivo de héroes que luchó por la patria socialista. Y no fue un relato. Fue una praxis revolucionaria. Guerrilleros y guerreros con aciertos y errores, pero que desalojaron queja, protesta y afrontaron el combate. Desde la Alianza Anticomunista Argentina (y mucho antes) hasta la actual derecha en el gobierno y un poco en el poder, la obsesión de las democracias burguesas y el aparato del estado benefactor es arrasar de la conciencia y de la inconsciencia el destello de la lucha de clases. Y lo cambia por su paradigma: la clase explotada no lucha, la clase explotadora masacra. Actualización delfifty fifty.
Por eso escribí que el macrismo es la etapa superior del kirchnerismo. Plantarse en un antimacrismo a histórico, donde se deploran efectos sin analizar causas, donde queda oculto la alianza FPV y PRO en espacios legislativos, es otra canallada que debemos combatir. Aunque el remedio sea peor que la enfermedad, no añoro la enfermedad, sino que busco otro remedio.
Hoy hay boicot a los súper mercados. La desobediencia civil prepara la insurrección. Hay que boicotear todas las formas de robo calificado que llaman gobernar. El sapo montonero fue el relato alucinatorio que podían unirse capitalismo serio con derechos humanos. Arrasaron los derechos humanos y desarrollaron el capitalismo que tiene la misma seriedad que la tota del sel. No debe sorprendernos que el presidente Macri tenga cuentas off shore. Si la cabra al monte tira, el empresario al off shore se abalanza. Capitalismo y legalidad no se llevan bien.
Pero la pregunta es qué hicimos para que un empresario hijo de un empresario que pactó con todos los gobiernos, que de franco nada tenía, sea hoy presidente electo, aunque cada vez menos erecto. El sapo montonero que fuera relato del gobierno anterior tiene, a mi criterio, una enorme responsabilidad no asumida aún por la mariscala de la derrota.
La denuncia por el asesinato de Rucci, cuando la familia del dirigente sindical y operador de organizaciones de la derecha, cobró la indemnización aceptando por lo tanto que el asesinato era consecuencia del terrorismo de estado, es otro sapo montonero. Quiero creer que esta vez no vamos a tragarlo.

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