Mientras Ecuador, Chile y Colombia avanzan hacia una agenda de transición ecológica, de justicia social y climática, Argentina profundiza el sistema agro-minero exportador que tiende a generar el llamado extractivismo a gran escala.
En este contexto, el pasado 28 de junio una amplia convergencia de movimientos populares, sociales, ambientales y sindicales movilizaron hacia el Obelisco para responsabilizar a los países centrales por la deuda ecológica que tienen con aquellos en vía de desarrollo. Estuvieron la CTA Autónoma, Sobernaxs, Corriente Nacional Martín Fierro, Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) y Unidad Popular, entre otras. Se convocaron como parte de una serie de acciones que tuvieron lugar en más de 30 países contra la Cumbre del G7 que se realizó en la región de Baviera, Alemania.
“El modelo de opresión, extractivismo y colonialismo financiero” promovido por el G7, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Club de París “profundiza un sistema injusto que impide a nuestros países destinar los esfuerzos y recursos necesarios para responder a la crisis climática y social actual”, reclamaron.
¿Cómo impacta el desarrollo industrial en el medio ambiente? ¿Argentina tiene una política ambiental compatible con el modelo productivo extractivista? ¿Es posible avanzar en una agenda de transición ecológica? Son algunas de las preguntas que responden a Malas Palabras los ambientalistas Juan Pablo Olsson y Marta Maffei.
“Profundizar el modelo extractivista es negativo”
Juan Pablo Olsson, sociólogo ambientalista y coordinador en América Latina de la Internacional Progresista.
La crisis climática-ecológica nos está afectando cada vez más y, según el secretario general de las Naciones Unidas y los científicos nucleados en el panel intergubernamental del Cambio Climático, es el principal problema estructural de la humanidad.
El segundo gran tema que afecta a los países del sur global es la deuda financiera. Son países empobrecidos, que van a padecer las consecuencias catastróficas del calentamiento global en los próximos años.
Entonces, hay una necesidad de articular un solo mensaje a nivel mundial: la anulación de las deudas ilegítimas del sur global y el reconocimiento de la deuda ecológica que los países del norte global tienen con los de este lado del mundo.
El desarrollo de los países del norte tiene como consecuencia el calentamiento global, son los que más generan gases de efecto invernadero y son los responsables del aumento de la temperatura promedio del planeta. De hecho, hay un informe que indica que son alrededor de 100 corporaciones multinacionales las que emiten el 71 por ciento de los gases de efecto invernadero en el planeta.
Ahora, ¿cómo impacta el desarrollo industrial en el medio ambiente? Eso depende de la actividad, del territorio y del objetivo. En Argentina el avance del modelo neoliberal y de la dictadura militar provocó un proceso de desindustrialización cada vez más grande. Hubo un gran proceso de reprimarización de la economía, lo que nos llevó a un escenario de un modelo agro-minero exportador que tiende a generar y profundizar el llamado extractivismo a gran escala, aplicando las actividades de la megaminería a cielo abierto con cianuro, la extracción de hidrocarburos no convencionales con la técnica del fracking y el monocultivo de soja con agrotóxicos.
Todavía es un dilema si el país puede alcanzar una política medioambiental compatible con el modelo extractivista. En ese sentido, tenemos ejemplos de otros países como México, donde el presidente Andrés Manuel López Obrador hizo campaña hablando de la prohibición del fracking; Gustavo Petro, mandatario electo de Colombia, también dio un discurso sobre la prohibición de esta técnica extractivista y la megaminería. Es decir, son actividades prohibidas en Europa por tener graves consecuencias en la salud humana y en el ambiente.
Petro plantea una América Latina productiva, con desarrollo industrial, pero sin que implique depredación del ambiente y consecuencias sociales. Por eso, pide generar un modelo de producción que esté en armonía con el planeta y trascender el extractivismo porque es negativo para el ambiente y los seres humanos.
En Chile, en tanto, hicieron una modificación en la Constitución Nacional para definir a la naturaleza como sujeto de derecho. Nosotros estamos atrasados en ese sentido ya que seguimos considerando a la naturaleza como un objeto a ser depredado.
La discusión es si Argentina puede posicionarse en una agenda similar a la de Colombia, pero con características propias. Si el Acuerdo de París determina que todos los países tienen un compromiso de dejar de producir energía con combustibles fósiles, gas, petróleo y carbón, no suena muy lógico que la única política de nuestro país sea profundizar la matriz de Vaca Muerta, aunque sea un recurso.
Seguir creyendo que el camino es profundizar el modelo extractivo, para mi, es negativo. Se anuncia como algo positivo en la generación de puestos de trabajo, pero en un futuro, cuando haya que hacer una transición hacia las energías renovables, el segundo gran debate será la famosa transición justa: promover energías renovables que den puestos de trabajo.
Entonces, es un gran interrogante cuál es el compromiso verdadero del gobierno argentino, porque hubo intentos de profundizar la explotación de megaminerías en algunas provincias en las que no hay licencia social, como en Chubut, donde hubo una manifestación masiva en rechazo; o las explotaciones off shore de petróleo en Mar del Plata, donde también hubo marchas en contra.
Me parece que Argentina no va a poder avanzar con un proyecto de país si sigue cediendo áreas estratégicas a corporaciones privadas, que es el gran debate de la soberanía sobre el Río Paraná. También se tiene que dar la discusión sobre una empresa estatal de producción de alimentos y el caso de Vicentin. Tampoco podemos aceptar livianamente la estafa financiera que significó el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, que establece un cogobierno por los próximos ocho años.
Se tiene que pensar en un modelo de país que apoye el desarrollo de pequeñas y medianas empresas, el desarrollo industrial, pero también en un modelo que pueda revertir el saqueo, la depredación de la naturaleza, a la vez que permita un desarrollo nacional autónomo.
“Somos un país con estrategias de saqueo”
Marta Maffei, ambientalista, docente y dirigente sindical
En materia ambiental hay un déficit muy grande. Este Gobierno promueve un modelo extractivo fuertemente vinculado con el crecimiento de las ganancias y del capital. El actual modelo productivo está relacionado con la acumulación: uno no progresa cuando se educa y vive mejor, sino cuando consume más.
Esa concepción del capitalismo desata una estrategia de producción extraordinaria, asentada en la “obsolescencia programada”, es decir, la producción de bienes que tienen defectos de fabricación y hacen que se rompan o dejen de funcionar antes de lo que debieran.
Esta forma conspira contra el ambiente porque todo está exacerbado. Es importante recordar que la producción no es solo el momento en que se produce, también es el transporte, la distribución, el consumo y el descarte. Y ese descarte va a los basurales. En Capital Federal, por ejemplo, hay 5 mil basurales a cielo abierto.
Frente a esta situación, ¿se puede generar un modelo de producción que esté en armonía con el planeta? Sí. Nosotros nos caracterizamos por producir con el agronegocio a fuerza de transgénicos, herbicidas y venenos de altísima peligrosidad. Ahora, eso no quiere decir que no se pueda producir agroecológicamente.
La agricultura tóxica en nuestro país genera una distorsión enorme en los suelos y en la naturaleza. Un gramo de tierra debería tener, aproximadamente, 100 mil organismos vivos. Cada chorro de glifosato o cualquier otro veneno mata esa vida en la tierra. Entonces, los suelos necesitan cada vez más fertilizantes, más agrotóxicos y mayor cantidad de venenos.
Esta forma de producción deja mucha menos ganancias porque se compran semillas costosas y se utilizan venenos importados y caros. Hay un margen de rentabilidad pequeño que “obliga” a producir miles de hectáreas, lo que se traduce en concentración de la propiedad agraria, erosión de la tierra, pérdida de fertilidad del suelo y éxodo de campesinos a las villas.
Está claro que el Estado no está comprometido a revertir esta situación porque estimula el proceso de agricultura tóxica. ¿Cómo quiere un modelo de desarrollo que no contamine si propicia el fracking, la minería a cielo abierto y los agrotóxicos?
Y, a todo esto, estamos endeudados. El Fondo Monetario Internacional no te presta dinero para que lo devuelvas, te presta para que no puedas devolverlo, y para que lo tengas que restituir con recursos naturales, con la riqueza de los bienes no renovables, como los minerales.
Nuestros gobiernos, y otros tantos otros, tienen una mirada chica, un punto ciego. Tienen que conseguir la plata sea como sea. La industria en Argentina está fuertemente extranjerizada; la mayoría de las empresas son de origen extranjero, tienen libertad para sacar los dólares y reparten los dólares fuera del territorio nacional.
Somos un país de saqueo, con estrategias de saqueo: sacar de cualquier manera para ganar más. Esto significa que tenemos “zonas de sacrificio”, expulsión de la población y contaminación del agua dulce. De lo que se saca de acá no queda nada, se lo llevan todo, nos dejan los sistemas naturales destruidos. Es mentira que Argentina necesita eso; necesita la explotación para generar riqueza, eso es otra cosa.
Vandana Shiva, física, filósofa y escritora india, dice que “nunca supimos tanto y nunca hemos hecho tan poco para evitar lo que estamos haciendo”. Y eso tiene que ver con la increíble estupidez humana.