Desde hace tiempo venimos cuestionando no al sistema democrático, pero sí, y mucho, a su puesta en práctica cotidiana, cargada de trampas e hipocresías.
Decimos que tenemos una democracia renga, ciega, sorda y muda, y no alcanza con votar cada dos años y para peor con un formato electoral consensuado por los partidos tradicionales, que invita hasta el embudo final a elegir entre el malo y el peor.
Le queda grande a los gobernantes de turno golpearse el pecho con aquello de ser los representantes elegidos del pueblo, cuando en realidad solo representan a los intereses sectoriales que personifican.
Nada de democracia participativa, nada de escuchar los reclamos más que fundados de los sectores más vulnerables, la democracia en la Argentina es apenas un lindo texto escrito en los papiros fundantes del país, pero que para nada cobija a quienes, supuestamente, tienen en ella al paraguas de justicias, igualdades y libertades que pregona.
En este marco, lo que viene ocurriendo en estas últimas semanas en torno a dos cuestiones tan trascendentes, como son la causa judicial que protagoniza el juez Alejo Ramos Padilla y el reconocimiento oficial del aumento continuo del número de argentinos que subsisten en el hambre y la pobreza, parece terminar de romper con el ideario que da sentido al sistema.
El caso del esquema de inteligencia ilegal que investiga el magistrado de Dolores, de insospechadas derivaciones todavía, ya generó un par de situaciones de burda degradación de la idea democrática.
Por un lado, la negativa a estar a disposición de la misma justicia -que él también representa- que obscenamente exteriorizó el fiscal Stornelli, solo parece un macabro mensaje para el resto de la sociedad. Algo así como un ‘puedo no darle bola al sistema porque tengo poder, y Uds no’.
Por el otro, la histérica reacción del mismísimo presidente de la República, cuando apenas comenzada la investigación de Ramos Padilla clamó para que el juez sea destituido (¿antes que se avance hasta su responsabilidad penal?) y así avasalló desde el poder que representa a otro de los tres poderes garantes del sistema, resultó una tomada de pelo sin parangón para el resto de los habitantes de a pié.
Del incremento de los índices de pobres, hambreados y excluidos, reconocido por el propio INDEC, que decir que no digamos en cada número.
Resultan obscenas las discusiones, grieta adentro, respecto de si el 29 por ciento es mejor que el 32, o que el 36. En cada numerito, hay millones de personas con hambre. De pibes con las patas sucias y el futuro más sucio todavía.
La Argentina se hunde cada vez más profundo y el sistema solo parece un socio necesario de quienes deciden sobre la vida y la muerte de sus habitantes.
Igualdad? Justicia? Ni ELLOS se creen tanto chamuyo….