Según un reciente informe que presentó Unicef, el 47,7 por ciento de los chicos (5,6 millones) viven en la pobreza en la Argentina. Según los datos, varias veces reflejado por este medio, quienes más sufren esta situación son los adolescentes, los que tienen una mamá al frente del hogar, padres desocupados o que apenas pudieron ir algunos años al colegio.
Casi la mitad de los chicos son pobres en Argentina, de acuerdo con el estudio “La pobreza monetaria en la niñez y la adolescencia en Argentina”, que difundió semanas atrás Unicef (sigla mundialmente conocida para el Fondo Internacional de Emergencia de las Naciones Unidas para la Infancia).
Pero de todos ellos, 1,3 millones, el 10,8 por ciento de la población de menores de edad, crecen en la pobreza extrema, es decir que en sus casas no llegan a garantizarle una canasta básica de alimentos.
Este año, Unicef toma sólo el ingreso que recibe cada familia para trazar el corte con el que define el mapa de la pobreza infantil, a diferencia de 2016, cuando presentó un estudio sobre la “pobreza multidimensional”, que incluía otros aspectos como la nutrición o el acceso a la salud. Los resultados de aquel año mostraron que el 30 por ciento de los chicos eran pobres.
Los datos coinciden con los que hace dos semanas presentó el Centro de Investigaciones Participativas en Políticas Económicas y Sociales (CIPPES) que reportó un 46 por ciento de pobreza infantil, y en reiteradas ocasiones nuestro Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas (IPyPP) .
“Lo primero que podríamos decir es que la infancia es mucho más vulnerable a la pobreza”, aseguró Jorge Paz, del Instituto de Estudios Laborales y del Desarrollo Económico (IELDE) de la Universidad Nacional de Salta, que participó en el estudio.
Es que mientras que la pobreza afecta al 29,7 de la población, salta 18 puntos cuando se mide cómo afecta a los chicos.
ENTRE LOS 13 Y LOS 17
Así, en el grupo de adolescentes que tienen entre 13 y 17 años, el índice de chicos pobres sube hasta el 51 por ciento, mientras que en los hogares en que los padres están desocupados se dispara hasta el 84,8 por ciento.
La pobreza infantil aumenta cuando es la mamá quien aporta el ingreso (55,3 por ciento) y más del doble (72,5 por ciento) si los padres recibieron menos de seis años de educación.
Como contraste, cuando el jefe de hogar tiene un trabajo formal o tiene más de doce años de educación, la pobreza es cuatro veces menor.
“Estos números nos están mostrando discrepancias muy grandes que hay que seguir indagando para saber de qué manera se pueden mejorar las políticas públicas, pero surge claramente que los hogares jóvenes, con dificultades para la inserción laboral y un nivel educativo bajo, son los más vulnerables”, aseguró Sebastián Waisgrais, especialista en Monitoreo y Evaluación de Unicef Argentina a cargo del trabajo.
EL GRAN DESAFIO
El estudio fue realizado en base a los datos de la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC del cuarto trimestre de 2016.
De allí surge también que las ayudas que las familias reciben del Estado (en general la Asignación Universal por Hijo, AUH) reduce 30,8 por ciento la pobreza extrema, pero en menor medida la pobreza general, que sólo desciende 5,6 por ciento.
“El gran desafío de la política pública es cómo llegar a ese millón y medio de personas que no cobran la asignación porque no tienen documentos, porque son migrantes o porque sus hijos están fuera del sistema educativo y que suelen ser los adolescentes. En la pobreza extrema cualquier cambio en los ingresos va a promover que muchos chicos salgan o entren de la pobreza, porque hay mucha concentración alrededor de esa línea que divide entre pobreza general y extrema”, señaló Waisgrais.
CASI POBRES
Para los especialistas de Unicef, “hay una fuerte concentración de la población infantil que está cerca de la línea de pobreza. De allí la necesidad de políticas públicas focalizadas en los grupos más vulnerables, como las madres jefas de hogar o los adolescentes”.
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OTRAS COMPROBACIONES
El nivel educativo, el tipo de ocupación y el género del jefe o jefa de hogar también determinan el nivel de pobreza durante los primeros años de vida de los chicos.
El nivel educativo del jefe o jefa de hogar, su ocupación y su género son algunos de los indicadores que determinan el nivel de pobreza durante la infancia y la adolescencia. Una niña o un niño que está al cuidado de un jefe de hogar que no completó la educación primaria tiene un nivel de pobreza monetaria cuatro veces más elevado que aquel cuyo adulto a cargo tiene secundaria completa o un nivel superior. Este es uno de los resultados que surgen del informe “La pobreza monetaria en la niñez y la adolescencia en la Argentina” elaborado por Unicef en base a datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) que realiza el INDEC correspondiente al cuarto trimestre de 2016 (último dato oficial disponible).
En la Argentina, el 29,7% de las personas está en situación de pobreza, de acuerdo con su evaluación. Sin embargo, en los hogares donde residen niñas, niños y adolescentes este porcentaje es 18 puntos porcentuales más alto. “Ese 47,7% de pobreza en chicos y jóvenes es muy heterogéneo y esconde situaciones más complejas”, señaló a Chequeado Sebastián Waisgrais, especialista en Monitoreo y Evaluación de Políticas Públicas de Unicef Argentina.
Según el informe, la pobreza monetaria (es decir, aquella que se mide según los ingresos de las personas) aumenta al 85% cuando el niño reside en un hogar cuyo jefe o jefa está desocupado, al 64% cuando es inactivo, y al 65% cuando es un trabajador no registrado (es decir, que no hace aportes jubilatorios y tampoco cuenta con obra social, entre otros beneficios). La pobreza infantil también es mayor en hogares donde el jefe o jefa tiene un bajo nivel educativo (72,5%), la jefa es mujer (55,3%) o es el jefe o jefa es menor de 25 años (51,6%).
“Podemos ver que en los casos en los que la jefatura del hogar es ocupada por una mujer las tasas de pobreza e indigencia son más elevadas. En este sentido es necesario fortalecer las políticas de conciliación y cuidado para que las mujeres no se retiren del mercado de trabajo. Además, en la mayoría de los hogares monoparentales la jefatura del hogar está ocupada por una mujer”, señaló Waisgrais.
En el caso de la pobreza extrema (también llamada “indigencia”), las diferencias más significativas las padecen los niños que residen en hogares cuyo jefe está desocupado (12 veces más incidencia de la pobreza extrema que cuando el jefe es un trabajador formal) y cuando el jefe sólo completó hasta seis años de educación (10 veces más que cuando el jefe completó al menos 12 años de educación).
El análisis también señala que las transferencias monetarias del Estado nacional, como la Asignación Universal por Hijo (AUH), educen significativamente la pobreza extrema (30,8%) y en menor magnitud la pobreza general (5,6%).r
En relación a las medidas que se pueden tomar para reducir aún más este indicador, el especialista indicó: “La pobreza infantil es tan sensible que cualquier reducción de los precios y/o aumento en los ingresos y las transferencias mejorará la situación de los chicos”.
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Un modelo que necesita de niños pobres
La cifra que arroja el mencionado informe de Unicef es alarmante, pero no nueva. Para Laura Taffetani, de la Fundación Pelota de Trapo, la exclusión es parte del sistema capitalista
(Canal Abierto).- “Lo bueno de las cifras es que refrescan el problema, porque muchas veces a uno le parece que la que sufre es una porción pequeña de la población y en realidad es mucho más grande de lo que se piensa. Pero hay que volver a unir las causas con los problemas porque si no parece que estas cifras brotaron de la nada. Esta situación viene siendo desde hace tiempo. Hay un modelo de país que se instauró después de la dictadura militar y que generó esa gran exclusión de un determinado sector de la sociedad en el cual hay niños y niñas”.
La reflexión de Laura Taffetani, abogada y miembro de la Fundación Pelota de Trapo y del Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo, como la de las organizaciones que trabajan con niñez, demuestran que estos números no son una sorpresa.
Desde hace mucho tiempo vienen denunciando un deterioro creciente en las condiciones de vida de la población infantil, y advierten que en su mayoría se trata de hogares con una pobreza estructural de varias generaciones.
La explicación, para Taffetani, es sencilla. “Nosotros siempre decimos que detrás de cada chico pobre hay un padre desocupado”, resume. Y los números coinciden con su mirada, cuando el informe asegura que la amplia mayoría de los hogares pobres son los que dependen de los ingresos de un jefe o jefa de familia con un empleo informal, o aquellos que son cuentapropistas no profesionales. Y que la tasa de pobreza aumenta al 85% cuando el niño o adolescente reside en un hogar cuyo jefe o jefa está desocupado.
“Hay varios efectores del Estado que son indispensables para la infancia, como salud y educación. El sistema de salud pública, por ejemplo, está muy deteriorado y fuera de él hay un sistema privado que está armado a través de las obras sociales, a las cuales acceden los trabajadores en blanco. Pero la gran población en la Argentina no tiene trabajo en blanco. Por eso la posibilidad de ejercer políticas que tengan impacto en la infancia es a través de la familia, y de esto no se habla -sostiene la experta-. Inclusive la Asignación Universal por Hijo, por la que hemos peleado tanto, es un insumo para trabajar otras cosas. Pero si se eterniza como la única medida a tomar en relación a los chicos y chicas, tampoco sirve”.
Uno de los factores que suma dramatismo a la situación y empuja los números hacia arriba es la inflación. La canasta básica se encareció un 35% para el Indec. Esa modificación metodológica explica 12 de los 30 puntos del nivel actual de pobreza e impide, además, la comparación con los valores previos de la serie de pobreza.
Sin embargo, la correlación entre inflación y deterioro del poder adquisitivo -sobre todo en los hogares de menos recursos o dependientes de trabajos en negro, por fuera de cualquier convenio- es histórica. También lo es la que existe entre pobreza y desocupación, otra variable que sigue en ascenso.
Para Taffetani es, en el fondo, un problema económico y sistémico. “Éste es un sistema tan inhumano que nunca hemos vivido desigualdades tan grandes. Si estamos decididos a que una porción muy pequeña viva a costa de la gran mayoría del pueblo argentino, estamos en problemas. Hay que saber que el capitalismo en esta forma tan cruel ha llegado para quedarse muchos años y está en nosotros ver cómo hacemos para enfrentarlo. Nada cambiará si seguimos escondiéndonos en cifras frías sin entender que son consecuencia de un modelo de país“, sentencia.