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Nota publicada el 30 / 11 / 2022

“Tenemos la obligación de garantizar el derecho a un ambiente sano”

Foto: Luciano Dico

“La humanidad tiene que elegir: cooperar o perecer. Es un Pacto de Solidaridad Climática o un Pacto Suicida Colectivo”. Con esta frase el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, se pronunció durante la COP27, realizada en Sharm el-Sheikh, Egipto, en favor de un acuerdo histórico entre los países ricos y en desarrollo para reducir las emisiones de carbono, la transformación de los sistemas energéticos y evitar la catástrofe climática.

En un escenario de aumento del calentamiento global “de riesgoso a catastrófico“, la campaña internacional Deuda X Clima -una iniciativa global que une movimientos sociales, ambientales y de trabajadores con presencia en más de 25 países- busca construir alternativas que permitan a los países en desarrollo salir del laberinto de la deuda, cuestionando la agenda neocolonial de opresión financiera, y planteando que el escenario es más grave para los países del sur global porque son comunidades “endeudadas y empobrecidas”. 

La pregunta es cuál va a ser la oportunidad de los países de América Latina, África y del sur asiático de contar con recursos para la adaptación al escenario de calentamiento global y de una transición justa si están atados a las agendas del Fondo Monetario Internacional (FMI), del Banco Mundial, del Club de París y del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

“El colonialismo financiero profundiza el saqueo a nuestros países. Por eso tenemos dos horizontes posibles: la cooperación internacional para una estrategia urgente de cambio rotundo, o escenarios humanitarios catastróficos”, advierte a Malas Palabras el sociólogo ambientalista e integrante de Deuda x Clima, Juan Pablo Olsson.

 – ¿La deuda paraliza la lucha contra el cambio climático en los países en vías de desarrollo?

– Sí, por eso proponemos que haya un fondo de financiamiento para los países en desarrollo porque son los que menos han contaminado y los que más van a padecer las consecuencias. El punto crítico es que estos países son los más vulnerables al calentamiento global proyectado para esta década. Si no hay cooperación internacional esa población va a ser sobrante, descartable y nuestros territorios de sacrificio.

Si realmente no se revierte este proceso de endeudamiento compulsivo con estafa financiera, si no hay una anulación de las deudas ilegítimas, no tiene sentido que tengamos mecanismos de endeudamiento para garantizar la adaptación.

El reclamo de anulación de las deudas es para que haya una equidad con los países que son los desarrollados, responsables del calentamiento global y de la emanación de los gases de dióxido de carbono desde la revolución industrial hasta la actualidad, que se beneficiaron en el desarrollo de su economía perjudicando la atmósfera del planeta, el clima y sus recursos. 

– ¿Y cómo se sitúa América Latina ante este panorama?

– En América Latina y el Caribe vivimos cinco siglos de saqueos y colonialismo. En esta etapa más avanzada esto es representado por un modelo colonial extractivista que toma nuestros recursos depredando los territorios y empobreciendo a nuestra población.

El debate más importante es cómo evitar profundizar el saqueo del sur global para garantizar la calidad de vida del norte global, y que estos países reconozcan la deuda ecológica que tienen con los países del sur. 

– En este contexto, ¿Argentina va rumbo a una transición energética justa y soberana?

– Todos los países de América Latina tienen una altísima dependencia de petróleo y gas y, justamente, son las matrices que habría que dejar atrás y trascender. El debate que se da en Argentina es explotar Vaca Muerta, lo cual va a contramano de los objetivos del Acuerdo de París que es dejar atrás la industria de los combustibles fósiles. 

– ¿Deberíamos tender a una matriz energética en base a energías renovables? 

– Sí, claro. Las medidas que se toman en nuestro país responden al beneficio de las grandes corporaciones que fueron controlando los recursos estratégicos, entonces se mantienen los esquemas de subsidios a las actividades de estos grandes grupos concentrados. 

Argentina aparece retrasado en términos de transición energética y empobrecido por un modelo de saqueo que, por lo menos, tiene 40 años de neoliberalismo. Si no tenemos la potestad sobre nuestra economía, nuestros ríos, nuestros puertos, nuestros recursos, va a ser muy difícil tener un plan estratégico de justicia social y una transición justa.

El gran dilema

Olsson vuelve a insistir en que el gran debate que debe dar Argentina gira en torno a superar el esquema de saqueo denunciando “la estafa” del acuerdo con el FMI. De acuerdo al especialista, la dirigencia nacional debe pensar en un proyecto local articulado a uno regional como se pensó en la primera etapa de los gobiernos progresistas que apuntaban a una integración latinoamericana, a una moneda común y a fortalecer el Mercosur. 

“Argentina no es un país pobre sino empobrecido, que tiene una enorme riqueza saqueada. El dilema es cuándo va a haber una dirigencia política que proponga un proyecto de país que no profundice el saqueo y la entrega a favor de las corporaciones, y tienda en cambio a una integración latinoamericana con un modelo de justicia social y ambiental, como el que plantean Gustavo Petro en Colombia y Lula da Silva en Brasil. Ahí sí se puede dar paso a una transición regional, a un proyecto de país donde Argentina explote sus recursos en beneficio de las mayorías sociales”, concluye el sociólogo.

– Cómo se trabaja para un mundo mejor en un escenario de proyección catastrófica en términos ambientales?

– Un mundo mejor va a ser posible. Hay que construirlo con participación, con compromiso y solidaridad. Es el momento de la historia de mayor necesidad de una articulación de los movimientos sociales, ambientales, sindicales, feministas y pueblos indígenas para que se pueda construir un modelo de país basado en la esperanza de futuro. Tenemos derecho a la calidad de vida, a un ambiente sano, pero tenemos la obligación de garantizarlo. 

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