Redacción Canal Abierto
Entrevistador: Leonardo Vázquez.
Raquel Camps es hija de Alberto Camps y Rosa María Pargas. Sus padres militaban en las FAR y luego pasaron a Montoneros. Alberto era comandante de la Columna Sur, en Lomas de Zamora. Su mamá había militando en las Fuerzas Armadas Peronista (FAP) y era poeta. Se conocieron en el penal de Rawson, donde estaban detenidos, a través de un hueco en la pared, y se enamoraron.
En la histórica fuga del 15 de agosto de 1972, su papá Alberto integró el segundo grupo, de 19 presos políticos, que arribó al aeropuerto en taxis cuando el avión que los trasladaría a Chile ya despegaba. Luego de entregarse y ser alojados en la Base Naval Almirante Zar, en Trelew, el 22 de agosto fueron sacados de sus calabozos y fusilados por una patrulla a cargo del capitán de corbeta Luis Emilio Sosa y del teniente Roberto Guillermo Bravo. La mayoría falleció en el acto.
Alberto fue uno de los tres sobrevivientes de esos fusilamientos, y también uno de los tres testimonios que integrarían La Patria Fusilada, el libro de Francisco “Paco” Urondo sobre ese hecho que anticipó el terrorismo de Estado que se desataría con toda su furia cuatro años después.
“No estaba el relato, no estaba la historia”
Recuperado del tiro que recibió en el estómago, Alberto estuvo preso hasta 1973. A los tres meses de salir de la cárcel, se casó con Rosa. En 1974 ambos volvieron a ser encarcelados, pero Rosa ya estaba embarazada. Un año después fueron liberados y optaron por dejar el país y viajaron a Roma con su pequeño hijo Mariano.
Pese al hervidero que era Argentina, la pareja decidió volver. Pasaron a la clandestinidad y para 1977 ya había nacido Raquel. Ese agosto, un grupo de tareas bajo el mando del gobierno militar irrumpió en su casa en Lomas de Zamora, mató a Alberto y secuestró a sus hijos. En la esquina, secuestraron a Rosa. Al mes, sus abuelos fueron notificados de que Alberto estaba enterrado en una fosa común, y les devolvieron a sus nietos. Rosa continúa desaparecida.
“En mi casa no se hablaba de mis padres, no había fotos, no estaba el relato, no estaba la historia. Y lo que me solían decir cuando era chica es que habían muerto en un accidente. Después, cuando empecé a crecer, le pregunté a mi abuelo qué había pasado y me dijo ‘no me preguntes más’. El dolor era muy profundo, era una familia que había quedado totalmente destrozada con lo que había pasado”, recuerda Raquel en diálogo con Canal Abierto.
Lucha, solidaridad y unidad
El 22 de agosto de 2007, a 35 años de la masacre, el viejo aeropuerto de Trelew se transformó en un sitio de memoria y Raquel viajó hasta allá.
“Fui con un dibujito que había encontrado entre papeles que tenía mi abuela guardados, que estaba hecho con birome. Era mi mamá dibujada, sentadita, con una cartera y una pava y un mate. Y tenía una firma, decía: ‘De los insurrectos negroides y rubioides del sur para Rosita, alias Boquita’. Y con ese dibujito me fui —relata—. Una de esas firmas decía ‘Cele’, y en eso que estoy ahí entre tanta gente escucho ‘Celedonio’, y ahí voy con mi dibujito y le digo ‘‘¿Vos hiciste esto?’. Eso fue maravilloso y a partir de ahí conocí a muchos de sus compañeros que me pudieron contar quiénes eran mis viejos, cuáles eran sus luchas, y a mí también me hizo poder reconstruir ese gran rompecabezas y saber quién soy”.
Celedonio es Carrizo. Tenía 21 años, era changarín en Altos Hornos Zapla y militaba en las FAR cuando lo llevaron preso a Rawson. Allí protagonizó la toma del penal después de la fuga, ya que su grupo no llegó a salir.
“Trelew se resume en tres palabras: lucha, solidaridad y unidad. Ese espíritu que hubo en la cárcel cuando se tuvieron que juntar las organizaciones para emprender esa fuga que era para seguir militando. Remonto esa bandera de la unidad, que hoy nos hace falta para poder enfrentar al enemigo que es siempre el mismo —sostiene Raquel—. Hay que sacar a Trelew de la masacre y hablar del amor que tenían por su país, por su pueblo, por sus familias, por sus hijos. Ese amor yo lo vi en los ojos de cada uno de los compañeros de mis padres. Siempre me hablaron con amor y nunca desde el odio, y eso hace que hoy tenga más fuerza, que estos 50 años tengan la fuerza de la lucha incansable por la justicia”.
La búsqueda de justicia
Raquel fue querellante en el juicio por la masacre de Trelew que tuvo sentencia en 2012. Entonces, el Tribunal Oral Federal de Comodoro Rivadavia condenó a prisión perpetua a los ex marinos Emilio Del Real, Luis Sosa y Carlos Marandino como autores de 16 homicidios y tres tentativas. También dispuso reiterar el pedido de extradición de Roberto Bravo, quien se mudó a Estados Unidos inmediatamente después de la masacre de Trelew.
Bravo era oficial de logística de la Armada y estaba a cargo de los presos. Según el informe oficial de la Marina, fue quien ordenó abrir las celdas para sacar a los detenidos y uno de los militares que dispararon contra ellos.
Este año, los familiares de los fusilados iniciaron un juicio civil en Estados Unidos por su participación en los fusilamientos. Raquel, una vez más, fue una de las cuatro querellantes. “Bravo era el que había disparado a mi papá y no íbamos a parar. Esta gran familia de las víctimas de Trelew nunca bajamos los brazos”, asegura.
Gracias al CELS, se contactaron con el Centro de Justicia y Rendimientos de Cuenta de Estados Unidos que les propuso iniciar esta demanda. El 2 de julio de 2022, un jurado de ciudadanos estadounidense encontró a Bravo culpable y lo condenó a pagar una indemnización a los familiares de las víctimas. Este fallo abre la puerta a que la extradición, finalmente, suceda. “Decidimos esta demanda civil como una estrategia para poder sentarlo en el banquillo de los acusados”, detalla Raquel.
Y finaliza: “Yo tuve que reconstruir toda mi historia para poder entender lo que era la memoria, para llegar a la verdad, para apuntar a la justicia. Pero se puede, 50 años después se pudo y ese es el legado que les tenemos que dejar a los que vienen, a nuestros hijos, que la única lucha que se pierde es la que se abandona”.