UCRANIA: LA NUEVA GUERRA FRÍA EN EL MUNDO DEL CAPITALISMO SALVAJE
Por Adolfo “Fito” Aguirre, Secretario de Relaciones Internacionales de la CTA-A
Ilustración: Marcelo Spotti
La guerra en Ucrania, lamentablemente, no trae grandes novedades. De alguna forma, sus elementos principales llevan muchos años desarrollándose, como el conflicto territorial entre Kiev y Moscú y la competencia a nivel macro entre Rusia y la OTAN.
Los esfuerzos de los actores globales por incidir y gobernar las políticas internas de sus vecinos tampoco son algo inusual. De hecho, la advertencia de Rusia de que no admitiría un avance en la incorporación de países de su esfera de influencia a la alianza atlántica puede rastrearse hasta el discurso que Vladimir Putin dio en la Conferencia de Jefes de Estado, durante la cumbre de la OTAN de 2008.
Son, en definitiva, conflictos que llevan años de desarrollo y que ahora podrían sumar focos en el Ártico, el Mediterráneo Oriental o en el Báltico.
Lo que sí merece atención es el salto en magnitud, la exacerbación de la competencia entre potencias, ya sin matices ni disfraces, incluyendo el uso de la carta militar, hasta entonces matizada en presiones de orden económico, diplomático o informativo.
Hay una nueva época de beligerancia, visible tanto en las acciones como en los discursos y documentos que expresan y guían la forma como las potencias perciben, entienden y actúan en el mundo. El equilibrio de poderes mundial hoy está marcado por la incertidumbre y la inestabilidad. Vale recordar al respcto que el documento “Estrategia de Defensa Nacional de Estados Unidos” de 2018 reconocía que la lucha contra el terrorismo y las denominadas “nuevas amenazas” a la seguridad global dejaron de ser la principal hipótesis de conflicto de Washington, reemplazada por el desafío de las “potencias revisionistas”, es decir China y Rusia.
Que la OTAN haya abrazado el desafío ruso y decidido exacerbar la crisis (y con ello multiplicar los riesgos) confirma el quiebre del consenso sobre el que se construyó el orden liberal global. La pretensión de integrar a viejos rivales como nuevos socios en esta organización bélica, siempre bajo la tutela de Estados Unidos, representa un riesgo para la seguridad global.
Parece una reconstrucción de la Guerra Fría pero en tiempos del capitalismo salvaje. Ante los cuestionamientos de Moscú, ante la competencia china, ante el debilitamiento de las instituciones y consensos de la gobernanza global, la alianza del Atlántico Norte se ha decantado por la hostilidad.
Al respecto, la declaración de federaciones y sindicatos obreros de la industria de toda América Latina, entre ellas la Coordinación Nacional de Trabajadoras/es de la Industria (CNTI-CTAA), apunta a la necesidad de un nuevo contrato social mundial: “La guerra es una opción inaceptable para resolver conflictos diplomáticos o comerciales y, en última instancia, penaliza a los más pobres, trae destrucción masiva y aumenta el sufrimiento y el dolor a nivel mundial.
La presencia de una lógica imperial decadente obturó una solución histórica y geopolíticamente viable. Las fuerzas de la OTAN no deben avanzar más allá de los confines de la Alemania unificada. Condenamos igualmente la operación militar de Rusia en Ucrania. Abogamos por una reforma del Consejo de Seguridad de la ONU para garantizar la paz en el mundo. Hacemos un llamado a los trabajadores del mundo para que luchen juntos contra los gobiernos belicistas y autoritarios”. Este es el resumen de la declaración de estas organizaciones nucleadas en la Federación Global de la Industria (IndustriAll), que considero que aporta una visión sensata sobre esta crisis.
La OTAN es una alianza militar hostil que tiene 30 miembros, la mitad de ellos se incorporaron en las últimas tres décadas y mayoritariamente son países que fueron parte de la URSS. Esto demuestra las intenciones de Estados Unidos de cercar militarmente a Rusia. Un acto de una irresponsabilidad suprema que pone al mundo en el riesgo de una tercera guerra mundial. Aunque la sensación sea que la guerra es lejana.
Recordemos que Colombia, país que alberga bases militares de Estados Unidos, ingresó en 2018 a la OTAN como «socio global». La ubicación geoestratégica de Colombia muestra la gravedad de esta presencia. Tampoco olvidemos que Argentina y Brasil son considerados “aliados importantes extra-OTAN”.
LO QUE VENDRÁ
A la hora de pensar en las consecuencias a corto y mediano plazo, hay que mencionar sin duda el proceso de remilitarización de Europa. Esto trae aparejada la primacía de la defensa aún a costa de otras agendas de políticas públicas tales como la reconstrucción de la inversión social, la transición energética y la respuesta a la crisis climática.
El derrame de la conflictividad sobre campos hasta entonces “ilesos”, tales como la accesibilidad a redes, los movimientos financieros y el flujo de información, es otra de las consecuencias directas del conflicto. El bloqueo y las sanciones como tales no son una novedad; sin embargo, la “desconexión” impuesta sobre Rusia de los sistemas de pago y transferencias internacionales; la censura y bloqueo a medios y fuentes de información calificadas como “pro-rusas”, así como la suspensión del país en varias actividades y organismos internacionales es solo una manifestación de un cambio mayor en la competencia entre países.
Si bien el carácter globalizado de las relaciones entre países y sociedades no se interrumpirá, puede asistirse a un mundo más “fracturado”, a medida que algunos países opten por desarrollar y blindarse de los efectos de la conflictividad con el desarrollo de redes, servidores, medios de pagos y transferencia alternativos, así como una mayor presión por parte de las potencias para imponer “costos” sobre sus rivales, como tarifas aduaneras, restricciones a las importaciones y exportaciones de ciertos productos, restricciones de movimientos, etc.
El mayor desafío a la hegemonía en crisis de Estados Unidos sigue sin recibir respuesta; el conflicto en Ucrania (independientemente de su resolución) es secundario frente al ascenso de China.•