“A la escasez de papel, producto de la pandemia y el aumento en los costos de energía en el
mundo, se le suman en nuestro país los problemas habituales: la industria del papel es
oligopólica, el papel se cotiza en dólares, y aun cotizando en dólares, tiene inflación y ningún
tipo de regulamiento desde el Estado… La falta de papel se debe a la menor producción de las
dos empresas productoras de papel para hacer libros. Una es Ledesma, propiedad de la familia
Blaquier/Arrieta, una de las más ricas del país, apellidos vinculados con la última dictadura en
crímenes de lesa humanidad, además de relacionados con la Sociedad Rural, escenario en el
que hoy estamos. La otra empresa es Celulosa Argentina. Su directivo es el terrateniente y
miembro de la Unión Industrial José Urtubey, conectado con la causa Panamá Papers”.
“Un editor independiente proponía como solución la intervención del Estado. Por ejemplo, la
creación de una papelera del Estado. Pero, por supuesto, como no ocurrió en el escándalo
Vicentin, es improbable que suceda su intervención. Sería un hallazgo, en la crisis que
atravesamos, crear una papelera con participación del Estado, que nuclee a los cartoneros y a
las cooperativas”…
“Cuando fui convocado a la inauguración de esta Feria experimenté sentimientos
contradictorios… La Feria siempre me generó tensión. Y no sólo porque uno se topa con un
injuriante pabellón Martínez de Hoz, que homenajea al esclavista y saqueador de tierras
indígenas, antepasado del tristemente célebre economista de la última dictadura. Decir Feria
implica decir comercio. Esta es una Feria de la industria, y no de la cultura aunque la misma se
adjudique este rol. En todo caso, es representativa de una manera de entender la cultura
como comercio en la que el autor, que es el actor principal del libro, como creador, cobra
apenas el 10% del precio de tapa de un ejemplar”.
«Nuestra relación con los editores es siempre despareja. Nos sentamos en desventaja a ofrecer nuestra sangre, no otra cosa es la tinta. El editor es propietario de un banco de sangre compuesto por un arsenal de títulos publicados siempre en condiciones desfavorables para quienes terminan donando prácticamente su
obra”.
“Elegí, elijo, ahondar en la tensión. Es decir, elijo la sinceridad. Más tarde, a través de algunos
amigos, algunos editores, y no daré nombres, supe de quienes se opusieron al pago. Su argumento consistía en que pronunciar este discurso significaba un prestigio. Me imaginé en el
supermercado tratando de convencer al chino de que iba a pagar la compra con prestigio”.
“A esta Feria, queda claro, le importan más los libros que más se venden, que, como es
sabido, suelen ser complacientes con la visión quietista del poder. Conviene quizá que lo
aclare: la literatura que me interesa – trátese de ensayo, poesía, narrativa -, ilumina,
perturba, incomoda y subvierte. Otra situación que no se puede soslayar es que las sucesivas
crisis económicas han afectado no sólo la industria editorial. No es una novedad que nuestro
país ha superado el 40% estadístico de pobreza y que la línea de hambre es impiadosa.
Corresponde entonces preguntarse si un chico con hambre está en condiciones de realizar
esa operación, asimilar conocimiento cuando no ha asimilado alimento”.
“Otra pregunta me queda picando: ¿es una paradoja o responde a una lógica del sistema que
esta Feria se realice en la Rural, que se le pague un alquiler sideral a la institución que fue
instigadora de los golpes militares que asesinaron escritores y destruyeron libros? En lo
personal, creo que esta situación simbólica refiere una violencia política encubierta”.
“La literatura que me gusta no baja línea. Y, lo que escribo en esta hoja, tampoco baja línea.
Simplemente soy descriptivo, estas son las cosas que se juegan para quienes elegimos este
oficio”…
“La crisis que afecta a la industria es tanto una realidad como la de quienes, a pesar
de las dificultades colectivas y personales de toda índole, persisten en la escritura y creen que,
si bien la escritura no puede transformar el mundo, puede hacerlo un poco mejor”.
La vida es breve, uno escribe contra la fugacidad. Escribir es el intento muchas veces frustrado
de capturar instantes de belleza, registrarlos para que sobrevivan a pesar de la finitud. Se
escribe en soledad, pero no ajeno a las contradicciones de lo social. Hace falta una gran
tolerancia al fracaso para este oficio. Mientras escribía este texto, para aliviar la tensión, con
la conciencia de que este discurso pronto será olvido, salí a la noche, al bosque. Me acerqué a
un árbol añoso, lo toqué, respiré la oscuridad. Al volver a la mesa, a la birome negra y a la hoja,
algo había pasado, una especie de gratitud. Y seguí escribiendo. No cambiaría este oficio por
nada.