El apoyo de las hinchadas de fútbol a los jubilados revitaliza la vena plebeya de la protesta social. Una acción política imaginativa para ocupar la calle cuando el Estado aterroriza con balas digitales, y de las de verdad también.
Por Emiliano Guido
La historia tiene el candor de un cuento infantil. En las recientes manifestaciones de los jubilados autoconvocados frente al Congreso por aumento previsional y cobertura de medicamentos, una de las personas reprimidas fue Carlos Dawlowsky, un habitué de 75 años en la popular del estadio de Chacarita Juniors.
Los cachiporrazos de las fuerzas de seguridad contra la militancia movilizada es un fotograma constante en la historiografía documental del país; pero, en tiempos de Milei, la saña de los cascos pretorianos para lacerar el cuerpo de hombres y mujeres mayores, muchos con severos problemas de movilidad o respiratorios, es un signo distintivo de la crueldad oficialista.
Recapitulando, cuando la tribuna del “funebrero”, mayormente varones entrenados en el arte de la narrativa ruda futbolera, supo que su compañero había sido lastimado por las fuerzas a cargo de la ministra Bullrich, gestó una cadena de solidaridad. Gracias al fuego comunicativo de la red whatsapp, los hinchas se concentraron fuera del hemiciclo legislativo el miércoles 5 de marzo para amortiguar la furia represiva permanente contra su amigo, y los demás jubilados movilizados.
Los hinchas de Chacarita, al hacer de escudos humanos del colectivo de jubilados, pusieron la piedra basal de lo observado días atrás, donde otros grupos autoconvocados de simpatizantes, además de organizaciones sindicales y partidarias, pusieron su cuerpo en el asfalto caliente cercano al Congreso para imprimir una fibra de solidaridad popular espontánea e inesperada.
El despliegue policial del miércoles 12 de marzo -implementada bajo el método Bullrich; ejecutar la represión previo al inicio del acontecimiento político en sí- imposibilitó la confluencia inédita de personas mayores y simpatizantes de fútbol silvestres, no vinculados a los grupos de presión conocidos como “barras bravas”.
El auxilio de la patria futbolera acontece en una coyuntura particular. Las organizaciones gremiales, sociales o partidarias reciben, a diario, 24 x 7, un hostigamiento narrativo inédito contra su razón constitutiva desde los canales de comunicación mainstream y las redes sociales colonizadas por los trolls violetas. Se acusa a sus dirigentes de ser estafadores seriales. Es lógico, entonces, que las y los referentes de aquellos espacios sean cautos y precavidos al momento de ocupar un espacio público.
Además, la movilización popular resulta un camino empinado por otros factores. Existe falta de tiempo para la participación política porque las casillas horarias del pluriempleo ocupan buena parte del día para las grandes mayorías y, claro está, por el temor generado al existir un gobierno dispuesto a utilizar sus fierros represivos para amedrentar a todo aquel que se movilice; incluso, si se trata de personas mayores o niños.
Por último, al ocupar un paisaje, aparentemente, ajeno al ritual festivo y despolitizado del espectáculo deportivo, los hinchas recuerdan que en la memoria plebeya argentina anida un hondo latido: el de la solidaridad y el abrazo al próximo. También que la sociedad argentina cuenta con resiliencia imaginativa para resistir con hidalguía.
Al ocupar un paisaje, aparentemente, ajeno al ritual festivo y despolitizado del espectáculo deportivo los hinchas de fútbol recuerdan que en la memoria plebeya argentina anida un hondo latido: el de la solidaridad y el abrazo al próximo
En los noventa sucedió algo similar, cuando la senda del ajuste contra los jubilados parecía avanzar a todo vapor en términos de legitimidad social, emergió una lideresa cimarrona que nadie vio venir, una abuela punk y desdentada, tan tenaz como invencible, la querida Norma Plá.
Te voy a tirar el peso del Estado que busco destruir
En el actual número de Malas Palabras realizamos una minuciosa radiografía de la dinamitación planificada en la arquitectura estatal. En los últimos días, dos acontecimientos extraordinarios y de alto impacto sobre la sociedad civil -los apagones en el área metropolitana y las inundaciones en Bahía Blanca- evidenciaron el percance que implica tener un Estado flácido y sin recursos.
La reciente tanda de despidos diagramada por el ministro Sturzenegger repercutió sobre la Dirección Nacional de Asistencia en Situaciones de Emergencia Social, la dependencia es la unidad estatal que tiene el know how profesional para socorrer a la población cuando colapsan sus metros cuadrados residenciales por falta de luz o el impacto de un desastre natural atípico.
Pero, el presidente Javier Milei lo dijo desde el inicio de su gestión, una baza central de la actual gestión nacional pasa por demoler el Estado. Es evidente. Argentina, el mundo, transita un momento liminal, transicional, en el estado de las cosas. Los acontecimientos políticos son tan extremos que cuesta procesarlos. Por caso, los gobiernos de ultraderecha ocupan el Estado para destruirlo.
Además, la crisis de representación es bastante severa. En la anterior salida de Malas Palabras intentamos abordar ese fenómeno en La pantalla cultural. Observamos, por caso, que muchos referentes políticos optan por trasladarse al paisaje comunicacional de masas porque, quizás, perciben que su lugar natural de representación, la política institucional, es un canal que el pueblo dejó de sintonizar.
Es un momento confuso, fundacional. El proyecto libertario busca destruir al Estado pero, a su vez, no larga las riendas de la maquinaria pública. Las balas contra el cuerpo lacerado de los jubilados las compra una dependencia estatal del ministerio de Seguridad; los dólares liquidados a bajo precio para mantener el precio ficticio de las divisas también son vendidos por una ventanilla pública del Banco Central.
El proyecto libertario busca destruir al Estado pero, a su vez, no larga las riendas de la maquinaria pública. Las balas contra el cuerpo lacerado de los jubilados las compra una dependencia estatal del ministerio de Seguridad; los dólares liquidados a bajo precio para mantener el precio ficticio de las divisas también son vendidos por otra ventanilla pública, una del Banco Central.
El propio Santiago Caputo, el tercer integrante del denominado “triángulo de hierro», amenazó al diputado radical Facundo Manes, cuando lo cruzó en la Asamblea Legislativa, con “tirarle el peso del Estado encima”. Una arquitectura de poder, la del Estado, que sigue cayendo, por caso, todos los miércoles, contra las y los cuerpos vulnerables de las y los jubilados.

Las roturas del sistema político
Los hinchas corean canciones políticas, los políticos se trasladan al efímero y glamouroso mundo del stream, las fuerzas políticas a cargo del Estado buscan destruir el andamiaje estatal; de vuelta, es un momento confuso, los lugares predestinados queman, nadie parece cómodo en su sitial simbólico de representación.
Los hinchas corean canciones políticas, los dirigentes se trasladan al efímero y glamouroso mundo del stream, las fuerzas políticas a cargo del Estado buscan destruir el andamiaje estatal; de vuelta, es un momento confuso, los lugares predestinados queman, nadie parece cómodo en su sitial simbólico de representación.
En el programa semanal “La pregunta”, de la radio on line Futurock, se trató días atrás, de alguna manera, las líneas de análisis previamente mencionadas en un panel de conversación que tuvo como título un sugerente interrogante: “¿Está roto el sistema político?”. Es oportuno mencionar algunos de los pasajes más salientes mencionados por una mesa interesante de invitados, el director de la revista Crisis Mario Santucho, el columnista del portal Diario Ar Sebastián Lacunza, y la doctora en Letras Natalí Incaminato.
“Hay que dar cuenta del nivel de ruptura que estamos transitando. La anomalía se está imponiendo. El gobierno imprime una prepotencia política que funciona bastante, nunca había visto un gobierno con la posibilidad de generar una ruptura institucional tan grande”, advirtió Santucho. Minutos antes, Lacunza resaltó un factor político que, suele ser obviado, al momento de abordar el inquietante presente nacional: “los procesos políticos en la actualidad suelen ser rápidos. En todo caso, la fortaleza del gobierno radica en que va muy en línea con las apetencias del mercado”. Al final, Incaminato opinó que: “el liberalismo reprocha al gobierno sus modales pero, creo, que ahí radica su fortaleza. Hay cambios muy nítidos en el sistema político, por ejemplo vemos a Santiago Caputo twiteando ideas desde sus cuentas fakes que, después, ves plasmada en el diario».