Por Hernán López Echagüe
El saqueo a nuestros bienes comunes ha sido una constante. En estas horas, la muerte de Carlos Menem, el máximo entregador de historia argentina, aparece como una metáfora de aquello. El presidente que llevó adelante la más negativa transformación política y económica de nuestra historia, resulta un símbolo. Desocupación, pobreza y marginalidad, privatizaciones, endeudamiento, desindustrializacion, extranjerizacion marcaron, y aún marcan, el final de la Argentina del ascenso social y establecen el trágico legado de aquel tiempo nefasto.
Fundó su orden político en los provechosos y obsecuentes oficios de personas cuya sola mención mueve de inmediato a sospechar en la presunta comisión de un delito, acaso en contumacia y descaro, quizá en violencia y estreñimiento intelectual. Nombres, en fin, que excitan todo tipo de pensamiento, pero nunca jamás el favor de un concepto plausible, de un conocimiento racional y equilibrado de la política, menos aún del sentido de la vida: Víctor Alderete, Luis Barrionuevo, Armando Cavalieri, Domingo Cavallo y Carlos Corach; Augusto Alassino, Julio Corzo, Antonio Erman González, Roberto Dromi y Omar Fassi Lavalle; Hugo Franco, Carlos Grosso, Alberto Lestelle, José Luis Manzano y Munir Menem; Matilde Menéndez, Julio Mera Figueroa, Oscar Spinosa Melo, Ramón Hernández y Armando Gostanián; Miguel Angel Vicco, Alberto Kohan, Eduardo Bauzá, María Julia Alsogaray y Mario Caserta; Ibrahim Al Ibrahim, Emir Yoma, Jorge Triacca, Juan Carlos Rousselot y Amira Yoma; Eduardo Duhalde, Alberto Samid, Palito Ortega, Julio César Aráoz y Raúl Padró; Alberto Pierri, Oscar Camilión, Rubén Cardozo, José Rodríguez y Adolfo Rodríguez Saa; Jorge Domínguez, Antonio Vanrell, José Manuel Pico, Luis Abelardo Patti …
En diez años de gestión, más de ochenta funcionarios de su gobierno debieron enfrentar, con suerte disímil, procesos en la Justicia. En una oportunidad soltó una magnífica respuesta al ser interrogado acerca de la sucesión de denuncias que había contra sus funcionarios y amigos: “Es la casualidad permanente”.
La permanencia de un hombre de la calaña de Pierri al frente de la cámara de Diputados a lo largo de diez años, sostenido por el voto de opositores y oficialistas, fue una muestra irrefutable de la ausencia de discernimiento político que se había apoderado de toda la dirigencia. ¿Tan lejana en el tiempo ha quedado la certidumbre de que Pierri era un hombre acostumbrado a resolver sus penurias políticas mediante el empleo de patotas? Un hábito que muy probablemente adquirió en tiempos de su amistad con el almirante Emilio Massera.
Basta figurarse a Patti, Pierri, Ortega y María Julia Alsogaray, acaso los símbolos más cabales de la política menemista, sentados a una mesa. Un ex policía acusado de homicidio y afecto a la tortura; un ex cartonero que en 1985, tras asistir a un acto de su amigo Juan Carlos Rousselot, decidió aventurarse en el mundo de la política movido por una sesuda reflexión: “Si esto es hacer política, yo me meto. Es una boludez”. Ortega, un empresario artístico sin más virtudes administrativas que haber malversado fondos de Sadaic en Miami y hecho desaparecer cien millones de pesos durante su gestión al frente de la gobernación de la provincia de Tucumán; una señora con aires de maestra desalmada y autoritaria, procesada por presunto enriquecimiento ilícito, y que continuamente desconocía sus responsabilidades ¿En qué tipo de conversación política pueden hundirse personas de tamaña naturaleza, cráneos que con suma dificultad logran hilvanar un par de frases cargadas de cordura y sensatez?
La política en la era menemista absorbió todos los modos de la farándula. Así las cosas, Mirtha Legrand se convirtió en la periodista política más incisiva; Marcelo Tinelli, en el comunicador escogido por los candidatos en las campañas, y Mariano Grondona en un trastornado jurisconsulto mediático que miraba y escuchaba con aires de entomólogo, y con idéntica atención e impostura, a travestis, militares torturadores e hijos de desaparecidos.
Supo, como pocos presidentes, excitar en la opinión pública el anhelo de emulación. Besó a Xuxa y a Claudia Schiffer; anduvo en su Ferrari a 400 kilómetros por hora; comió pizza y tomó champán con los Stones; jugó en la selección nacional de fútbol; bailó, cantó y soltó chistes en la televisión; rió con Alain Dellon e hizo alarde de una virilidad que ahora ha perdido.
Era un tipo piola. Se le permitió todo.
Hizo a un lado todo principio y sedujo por igual a militares golpistas y empresarios con alma de mercachifles foráneos; incorporó a su gobierno a los sectores más conservadores y reaccionarios; se fundió en un abrazo con el almirante Isaac Rojas, acaso el más emblemático de los enemigos del peronismo histórico que Menem decía personificar; condecoró a Augusto Pinochet, besó los carrillos de Lino Oviedo y a boca de jarro reivindicó la masacre cometida por las Junta Militares. Recibió el aplauso de Alfredo Martínez de Hoz, las congratulaciones de Juan Alemann, en vano buscó fortuna en los economistas de Bunge y Born, y por fin resolvió dejar en manos de Domingo Cavallo el ministerio de Economía. Dicho de otro modo: en los pareceres de tres de los principales hacedores de la política económica de la dictadura, política que logró llevar la deuda externa de 5.500 millones a 55.000 millones en un lapso de ocho años, basó su plan económico.
Abrazado al fetiche de la estabilidad económica supo elevar el pragmatismo a la categoría de arte. La estabilidad, avivada por el recuerdo del aquelarre económico de mayo y junio de 1989, Alfonsín presidente, cobró vida, adquirió el aspecto de ídolo colosal y omnímodo al que todos los argentinos debían rendirle culto. Al amparo de la sombra que le proporcionaba la idolatrada esfinge, Menem se abandonó a su faena: las privatizaciones caprichosas e irregulares; los indultos a militares genocidas y a sombríos fantoches como Aldo Rico; la entrega del manejo de la política económica a los ilustrados hombres del Fondo Monetario Internacional; sorteó con habilidad su parentesco o familiaridad con personajes enlazados al lavado de dinero proveniente del narcotráfico; movido por el afán de reunir capitales, contrajo con Siria oscuros compromisos que nunca jamás respetó, y cuyas consecuencias fueron apenas dos atentados contra la comunidad judía que dejaron cientos de muertos; ignorando las atribuciones del Parlamento, y con el sólo propósito de satisfacer sus relaciones carnales con los Estados Unidos, resolvió enviar tropas a Irak; sin rodeos llamó delincuentes a periodistas y opositores; amplió el número de miembros de la Corte Suprema con el excluyente objetivo de lograr la aprobación legal de proyectos inauditos y, por lo demás, eludir decorosamente toda denuncia penal en contra de sus amigos y funcionarios; abrió las puertas del país a delincuentes internacionales como Gaith Pharaon y Monzer Al Kassar.
Todo esto, sí, él lo hizo. Y todo esto ocurría en tanto la sociedad tenía a la estabilidad como punto focal de la existencia. “El voto electrodoméstico”, como supo definir con sabia sencillez José Pablo Feinmann. Y los argentinos que nada habían visto ni oído durante la dictadura, los argentinos que deseaban con vehemencia vivir en un mundo de cuotas fijas y sensaciones fijas y circunstancias fijas, en 1995 le confiaron su voto una vez más. Gracias, desde luego, a la imprevista obsequiosidad de Raúl Alfonsín, que una mañana de noviembre de 1993, reunido a hurtadillas con el Presidente, y vaya uno a saber a cambio de qué regalía o promesa política, de un plumazo arbitrario e insultante le concedió la posibilidad de una reelección.
Su muerte no es más que la muerte virtual de un ex presidente virtual, en un país donde la política se ha convertido en una actividad virtual que ejercen hombres virtuales e intercambiables. Y esto, desde luego, es lo que él mejor hizo. Las privatizaciones, los desarreglos económicos y los antojadizos decretos que florecieron en noches de arrebato, quizá sean pasibles de reparación. Pero la recuperación de una dirigencia política libre y espontánea, apasionada y con sed de verdaderas transformaciones, habrá de llevar años.
(Nota publicada por Canal Abierto con el título Necrológica)
Claudio Lozano
Menem perpetró el más monumental desconocimiento del mandato popular al cambiar su compromiso electoral con la revolución productiva y el salariazo por las politicas neoliberales del consenso de Washington.
De este modo se transformó en un actor clave a la hora de desmoronar las resistencias del pueblo argentino frente al proyecto que pusiera en marcha la Dictadura y que Menem se encargo de profundizar.
Sus políticas profundizaron el endeudamiento externo, llevaron a fondo el desguace del Estado promoviendo la concentración y la extranjerizacion de nuestra economía , así como la desindustrialización y el empobrecimuento de nuestra sociedad.
Hipotecó la Argentina y mancilló la memoria al indultar a los genocidas y abrazarse con el almirante Isaac Rojas.
Hugo ‘Cachorro’ Godoy
“La muerte de Menem abre necesariamente un debate, ya que mientras como Domingo Cavallo, asegura que alguien como él es lo mejor que nos podría pasar en este tiempo, hay quienes pensamos que sus políticas fueron la continuidad en democracia de las implementadas por la dictadura genocida.
Todo lo que se hizo durante el gobierno de Menem fue negativo para el país. Se multiplicó la pobreza y la desocupación, también la desindustrialización y la monumental deuda externa, que con Macri volvió a resurgir. Entonces el balance para los trabajadores fue nefasto. Es cierto que la dirigencia del Justicialismo y de la CGT lo acompañaron, pero eso no debe comprometer al resto del pueblo argentino que confió en él y luego fue defraudado y lo combatió. De hecho, nosotros desde la CTA estamos cumpliendo 30 años desde que nos fuimos de la CGT, porque era necesario construir una propuesta diferente para los trabajadores. Estamos en las antípodas de lo que en aquel tiempo aplicaron Menem y Cavallo, que nada tuvo de positivo para el país: ya que indultó a los genocidas, genero hambre y pobreza, desestructuró el Estado y vendió por migajas el acumulado de varias generaciones. Germán Abdala lo identificó con claridad como la expresión más cabal del peor mal que padeció el pueblo Argentino durante la democracia. Por eso hoy todavía, tras el agregado del gobierno de Macri, hay que reformular el Estado en beneficio de las mayorías populares, y no destinado al privilegio de unos pocos, como ellos entienden”.
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Oscar Cacho Mengarelli (Centro Nacional de Jubilados y Pensionados de ATE)
Los Trabajadores del Estado Nacional aún sufrimos sus consecuencias: todas las privatizaciones sufridas durante el menemato, nuestra hermana Fabricaciones Militares de Rio Tercero fue «explotada» por mandatos mafiosos de encubrimientos, otros establecimientos estatales tambien cerrados, el traspaso a manos privadas de las AFJP del Sistema Integrado Previsional Argentino,¿quien no recuerda la lucha de Norma Plá y los jubilados de entonces? Así destruyeron al Estado Nacional para favorecer intereses foráneos, por lo que al principio de la gestión menemista lucharon en soledad opositora Germán Abdala, con sus compañeros tambien fundantes, del grupo de los ocho legisladores batallando en el Congreso Nacional, junto a los sectores de trabajo en las calles, con ATE y CTA, otras organizaciones y compatriotas, mientras el establishment seguía agrandando el endeudamiento externo, cesanteándonos masivamente represión mediante, festejando farandulariamente con pizzas y champagne e indultando genocidas.
No celebramos la muerte de Menem, pero tampoco lo despedimos hipócritamente. Seguramente tendrá sus seguidores, Macri su fiel continuador gobernó con sus recetas liberales, represivas, entreguistas y entre los falsos peronistas como Pichetto y Duhalde (nostalgioso de la dictadura), los radicales que lo sostuvieron y sostienen, en estos espacios de derecha, se anida el huevo de la serpiente.
No hay pena ni olvido. ¡Nunca mas!
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