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Nota publicada el 20 / 08 / 2021

Estados Unidos politiza la pandemia

Sergio Rodríguez Gelfenstein (analista internacional venezolano).- Hace dos años, se conmemoró el 70 aniversario del nacimiento de la República Popular China. Han sido siete décadas de esfuerzo denodado para superar las condiciones de atraso y miseria en que estaba sumido el país. Hace solo 40 años, el 25% de la población vivía por debajo de la línea de pobreza. El PIB per cápita anual era de sólo 127 dólares ubicando al país en los últimos puestos mundiales.
Desde 1978 el gobierno chino se abocó a la lucha por el desarrollo y la superación de la pobreza en el esfuerzo por hacer del país una nación moderna en la que los ciudadanos tuvieran condiciones para llevar adelante una vida armoniosa y plena.
En el plano internacional, el inicio de la política de reforma y apertura tuvo importantes repercusiones porque se reafirmó el carácter independiente que habría de tener su política exterior. En relación con Estados Unidos, implicaba el convencimiento mutuo de la necesidad de coexistir y colaborar. La desaparición de la Unión Soviética y la inexistencia de un “enemigo” común fueron forjando otro tipo de relación, que sin embargo no se caracterizó por una idea similar respecto de la estructura que debía tener el orden internacional. Durante algunos años prevaleció la necesidad mutua de poner el énfasis en la utilidad que tenía para uno y otro mantener los mejores vínculos.
A comienzos de siglo, en Estados Unidos predominaba la idea de que China debía ser un aliado, en primera instancia en la lucha contra el terrorismo, pero también en otros asuntos como la no proliferación de armas nucleares y el mantenimiento de la estabilidad en el Medio Oriente, así como en las finanzas y el comercio bilateral necesario para ambos.
En la “vereda de enfrente”, China partía de la aceptación de que Estados Unidos era la primera potencia mundial y lo seguiría siendo por algún tiempo, pero su inevitable declive iba necesariamente a conducir a un mundo multipolar.
Esto comenzó a cambiar durante el gobierno del presidente George W. Bush. En ese momento, China se encontraba en una situación de estabilidad política y económica que le permitía enfrentar una realidad que no estaba prevista.
Los gobiernos de Bush, Obama y Trump, cada cual a su manera y a partir de doctrinas propias desataron una escalada de presiones y agresiones contra China que se resistía a la confrontación. En los últimos años, durante el gobierno de Donald Trump, el conflicto llegó a niveles peligrosos ya no solo para la relación bilateral, sino también influyendo negativamente en la estabilidad, el desarrollo económico y la paz del planeta.
En marzo de 2018, el presidente Trump adoptó medidas unilaterales que incrementaban sustancialmente los aranceles para productos chinos. China respondió con acciones similares, pero Estados Unidos incursionó en otras áreas que habían permanecido bastante ajenas al eje de las desavenencias: se comenzaron a sancionar empresas chinas sobre todo las de tecnología, se limitó el intercambio académico entre los dos países, se le pusieron restricciones a los medios de prensa, además de otras acciones que deterioraron muy rápidamente la relación.
Junto a ello, Estados Unidos se posicionó públicamente en asuntos internos que China considera de su absoluta incumbencia como la situación de los derechos humanos en Xinjiang y el Tíbet, la injerencia directa en el fomento de las acciones violentas durante manifestantes en Hong Kong en 2019 y la violación de los acuerdos que rigen las relaciones bilaterales sustentados en tres documentos firmados en diferentes épocas de la historia que parten del reconocimiento de que existe “una sola China”.
Estados Unidos puso en cuestión –como nunca antes lo había hecho otro presidente estadounidense desde la normalización de relaciones en 1972- la pertenencia de Taiwán a China, llegando incluso a incrementarse la ayuda militar de Washington a Taipéi fuera de toda norma. De la misma manera, incrementó su presencia en el Mar Meridional de China, realizando permanentes maniobras provocadoras que han puesto a esa región del mundo en la dudosa designación de lugar más peligroso del planeta donde podría iniciarse una conflagración nuclear.
Y ahora, en fecha más reciente, Estados Unidos ha adoptado un nuevo formato en su escalada agresiva contra China, usando para ello el origen de la pandemia de Covid19 que sin ningún tipo de fundamento científico, ubica en el país asiático. Lo que es peor, Washington –también sin pruebas- le atribuye al gobierno chino intenciones malignas en cuanto a la diseminación del virus.
Lo cierto es que el combate a la pandemia ha mostrado dos caras en el esfuerzo gubernamental por brindarle la mejor salud al pueblo, evitar la propagación de la pandemia y disminuir al máximo la cantidad de víctimas fatales. China reaccionó de inmediato ante la aparición del virus en su territorio dando una respuesta múltiple en el que se ha involucró no solo el gobierno, también millones de ciudadanos, empresas y organizaciones sociales que hicieron donaciones hasta superar los 7 mil millones de yuanes (alrededor de mil millones de dólares) lo cual se sumó a los diez mil millones de dólares que autorizó el Estado en un primer momento para enfrentar la crisis. Así mismo, se recibieron 5.29 mil millones en donaciones materiales para finales de enero del año pasado, cuando el virus solo afectaba a China.
Igualmente, desde diciembre de 2019 cuando se detectó la infección, se activaron los mecanismos de respuesta en el nivel local, provincial y nacional ante la situación creada. El 25 de enero de 2020, el primer ministro Li Keqiang fue designado presidente de un pequeño grupo central establecido para luchar contra la epidemia Covid-19, por lo que visitó Wuhan dos días después para inspeccionar los últimos avances y transmitir al pueblo la responsabilidad que el gobierno central asumía en el enfrentamiento del virus. De la misma manera, se crearon más de 50 grupos de alrededor de 6.000 médicos y especialistas para atender a los afectados.
En este sentido, el Director General de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, señaló en una conferencia de prensa el 30 de enero de 2020 después de visitar China que: «…el gobierno chino debe ser felicitado por las medidas extraordinarias que ha tomado para contener el brote, a pesar del grave impacto social y económico que esas medidas están teniendo sobre el pueblo chino”.
Así, el coronavirus ha operado como arma bacteriológica del capitalismo y de Estados Unidos contra la humanidad. Por el contrario, las vacunas chinas han sido consideradas como bien común de la humanidad, tal como lo ha dicho en múltiples ocasiones el presidente Xi Jinping.
Paradójicamente, una de las vacunas desarrollada por China emergió de la Academia Militar de Ciencias Médicas del Ejército Popular de Liberación. Es decir, mientras las fuerzas armadas de Estados Unidos realizan ejercicios militares por todo el mundo, entre ellas la de mayor escala desde el fin de la segunda guerra mundial -en medio de la expansión del virus por el planeta- las fuerzas armadas chinas se volcaban a la investigación para proveer salud al mundo. Esta es otra gran diferencia entre las fuerzas armadas imperiales que sirven al capital y las del socialismo que sirven al pueblo.
El esfuerzo de Estados Unidos se ha orientado -de forma unilateral y sin ningún tipo de consenso internacional- a presionar para que la OMS realice una segunda fase de estudios sobre el origen del coronavirus en territorio chino. Es evidente que esta propuesta tiene un claro contenido político, toda vez que carece de sustento científico.
Vale decir que en febrero de este año un equipo de científicos enviado por la OMS estuvo un mes en Wuhan y sus adyacencias realizando una investigación sobre el origen del virus y la propagación que lo transformó en pandemia. Sus conclusiones fueron contundentes en el sentido de considerar como improbable que el virus tuviera origen en un laboratorio chino. No obstante, desde mayo y tras su regreso a la OMS después de la criminal retirada decidida en plena pandemia por la administración Trump, Estados Unidos ha convocado a la realización de una segunda investigación del mismo tipo de la anterior.
Ante esto, China ha rechazado la propuesta, dadas las fuertes motivaciones políticas que encara la misma. El argumento más sólido está sustentado en que una nueva investigación es ilegal en términos de las normas internacionales aceptadas en el marco de la OMS porque es una solicitud unilateral de un país que no cuenta con el consenso de todos los miembros de la organización. China opina que si se realiza otra investigación, ésta tiene que partir de los resultados obtenidos en la anterior, no comenzar de nuevo, como si nada se hubiera hecho.
No obstante, el gobierno chino ha expresado su voluntad de cooperar con la realización de cualquier investigación que se haga sobre fundamentos científicos y en bien de la humanidad. Habría que agregar que más de 60 países de todo el mundo han expresado su beneplácito y aprobación con los resultados de la investigación realizada en febrero.

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