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Nota publicada el 25 / 11 / 2021

La tumba al ciudadano desconocido

Por Alfredo Grande (APe).- Hay una tumba. Hay un ciudadano. Pero nadie sabe el nombre de ese ciudadano que en la tumba espera que no haya muerte después de la vida. Ese ciudadano desconocido en vida, seguirá desconocido en su eterna muerte. Si alguien pudiera llorarlo, no sabrá por quién esas lágrimas son vertidas. Si doblan las campanas, como proponía Ernest Hemingway, nadie sabrá si doblan por él. La tumba al soldado desconocido es el nombre que reciben los monumentos erigidos por las naciones para honrar a los soldados que murieron en tiempo de guerra sin poder ser identificados. Los ciudadanos que mueren en tiempos de paz, tienen forma de ser identificados ya que su identidad percibida por el estado, tiene la forma de un documento. Pero identificado no implica conocido.
No es lo mismo ser recuerdo que ser estadística. El desconocido ciudadano lo fue en vida. Y no hay gloria en apenas sostener la epopeya de la supervivencia marginal. No hay un Homero que cuente la gloria de las batallas para conquistar a la orgullosa Troya, cuando la única conquista es el encuentro con alimentos desechados en los basurales donde el festín burgués se derrama en los desperdicios de las últimas cenas y los últimos almuerzos. Ese desconocido ciudadano es un niño, una niña, un jubilado, un discapacitado, un retirado voluntariamente por la voracidad del privatizador serial, un empobrecido de varias generaciones por la voracidad del pagador serial.
A la estafa externa e interna la llaman deuda y además proponen que la paguen aquellos que nunca pidieron, tramitaron, recibieron, préstamo alguno. Los países empobrecidos subsidian a los países enriquecidos. Los ciudadanos empobrecidos tributan a los ciudadanos enriquecidos. Los que “on shore” nada tienen son el vellocino de oro para los que “off shore” todo les sobra. Generaciones y generaciones de desconocidos ciudadanos, que sordos a los acordes de la Marsellesa, de la Internacional, de la Marcha Peronista, siguen rellenando las tumbas que ni un requiescat in pace, ni un RIP, pueden mostrar. Hay millones de ciudadanos desconocidos sin siquiera un monolito que recuerde la crueldad de su existencia. Porque si hay veteranos de guerra, también hay veteranos de paz. Esa paz encubridora que la cultura represora utiliza para ocultar que su esencia es la paz romana: la paz del conquistador.
Hubo batallas, hubo guerra en estas tierras y en otras para que no hubiera más ciudadanos desconocidos ni en sus derechos, ni en sus deseos, ni en sus necesidades, ni en sus anhelos. Con esos ciudadanos desconocidos, no hubo lealtad. Pero si hubo masacres, desde Trelew a Ezeiza, desde la semana trágica a los pueblos originarios. La masacre es la constante de ajuste para que los ciudadanos no tengan otro destino que la crueldad de ser desconocidos. Y como nada sé de filosofía, no diré desconocidos en su “otredad”. Diré más plebeyamente que son desconocidos en su humanidad.
Lo que digo me suena a obvio. Es obvio. Los desconocidos ciudadanos son humanos. Aunque no disfrutan de los derechos que toda la calaña democrática enuncia como triunfo absoluto del constitucionalismo de cuarta generación. Pero si aceptamos que las villas miseria también son América como nos enseñara Bernardo Verbistky, no podemos ni debemos aceptar que se nos imponga la identidad bizarra de “barrios populares”. La operación maquillaje, que Gregorio Baremblitt señalaba como “mistificación”, ya tiene alcance planetario.
El capitalismo con rostro humano, el capitalismo que no solo apuesta al valor sin también empieza a ocuparse de los mecanismos de distribución, será, mas tarde más temprano, la forma más refinada de sostener la producción de ciudadanos desconocidos, mientras en forma simultánea se vocifera su irrestricta.
“Nunca más la deuda” carcajea el gobernante de turno. No aclara porque seguro que oscurece que habrá más pagos y más olvido. Prefieren honrar la deuda y deshonrar al pueblo. Porque solamente son leales al capital, incluso financiero. Hace décadas que dejaron de combatirlo. E incluyo a todos los gobiernos que por cobardía, complicidad o/y cinismo, no derogaron la ley de entidades financieras de Martínez de Hoz. Numen económico de la dictadura. Defenestrada de la boca para fuera, pero legitimada del bolsillo para adentro.
Viejas, viejos, niñas, niños, disidencias de género, pueblos originarios, arco iris de la dignidad y arco gris del hambre y la tristeza, dan cuenta que morir desconocido es casi lo mismo que nunca haber vivido. En pleno auge de las identidades de género y de la justa lucha por su reconocimiento, no podemos tolerar que la identidad “desconocido” sea tolerada.
Recuperar nombres, historias, dolores, amores, deseos, esperanzas será una forma, necesaria y bella, de que nunca más una tumba albergue a lo desconocido.

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