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Nota publicada el 05 / 10 / 2022

Tu cruz en el cielo desierto, de Carolina Sanín (Blatt & Ríos, 2021)

Por Laureana Cardelino (@todas_lasfiestas)

Todo romance es un espejo del amor divino. Carolina Sanín primero vivió un romance por twitter y después lo escribió en este libro que explora el cruce entre fantasía y fantasma: ante la imposibilidad del encuentro de los cuerpos, el deseo se fortalece en las palabras. La Cruz como el lugar de la pasión, clavada en el cuerpo pero también como el lugar del cruce de donde no se sale igual, porque el amor -virtual platónico romántico- es la mudanza de la identidad propia.

La condición de la distancia ¿une o separa? ¿qué se necesita para la fusión que el eros requiere y anhela? La verdad del amor se esconde detrás de las metáforas y de la literatura, porque este libro es también un cruce de géneros: es tanto novela como ensayo y poesía, tratado amoroso llevado a cabo en chats calientes, explícitos, tuits que la autora de hecho publicó en su cuenta personal. ¿Quién es el poeta chileno del que se enamora esta colombiana? ¿Existe? ¿Es chileno y vive en China? Poco importa si es verdad o si es mentira, el texto es efectivo. Es la discusión de la escritura autobiográfica: ¿qué es más importante: contar la verdad o la ficción de lo vivido? Lo que importa, parece decir la narradora/autora, es la verdad del texto. Es un viaje en otra dirección, como los aviones que nunca los conectan, es el fracaso del amor pero es el triunfo de la escritura. 

¿Y qué es el cuerpo en las relaciones por redes sociales? El cuerpo del otro no sólo está en la imaginación, sino que no está. El cuerpo es la palabra cuerpo, son las palabras la carne y la vibración del texto es el cuerpo: ella se excita por la buena escritura del otro. Entonces, hacer el amor es un hecho del lenguaje. Escribir reemplaza el contacto sexual de los cuerpos pero no reemplaza el amor ni mucho menos la intimidad, quizás el tema central del libro. Es el amor romántico platónico y actual, con todo lo que ese tipo de amor tiene: celos, autocompasión, frustración, ansiedad, pero también deseo, placer y pasión. Los sentimientos existen, la conexión es real: ¿es posible vivir el amor, pasarlo por el cuerpo, sin que los cuerpos se toquen? ¿sin que los ojos se crucen? ¿sin el tacto, sin olores, sin el calor? 

“Es la figura de mi verdad; no puede ser tomado a partir de ningún estereotipo (que es la verdad de los otros).” Eso dice Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso, referencia inevitable de esta novela/ensayo obsesivo en comparaciones literarias donde aparecen Shakespeare, Nerval, Lezama Lima, la Biblia, San Juan de la Cruz, Rulfo, Dante. “El juego, en todo caso, era la lectura”-dice Carolina- por eso es hermoso entrar en este relato, porque nuestro lugar de lectores también es fantasmático. 

El deseo y la pasión no están dirigidas a un cuerpo sino a una lengua. Desencanto, la huella del amor. Las palabras producen cosas en el cuerpo de quien lee. ¿No es ese acaso un destino divino para un chat y para un libro?

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