Por Lucía García Itzigsohn, periodista e integrante de HIJOS La Plata
Foto: Leo Vaca
Hebe de Bonafini tenía 45 años cuando se transformó en Madre de Plaza de Mayo. Sus hijos Jorge y Raúl habían estudiado en el Colegio Nacional. Hebe conoció la obra Antígona cuando Raúl, que integraba el grupo teatral del Colegio, la invitó a verla. La tragedia de Sófocles cuenta que Antígona desafía la ley para honrar a su hermano Polinices, considerado traidor de la patria. Antígona es víctima y heroína.
La ciudad de La Plata era territorio arrasado por la dictadura, cada día y cada noche jóvenes estudiantes y trabajadores eran secuestrados en sus casas, en sus lugares de trabajo, en las calles. Eran llevados a algunos de los centros clandestinos de la ciudad, La Cacha, Arana, Comisaría 5ta o a los pozos de Banfield, de Quilmes, al Infierno de Avellaneda, o a cualquiera de los que integraban el Circuito Camps. Allí sufrían tortura, traslados, fusilamientos.
Como sus hijos, muchas y muchos eran estudiantes universitarios y trabajadores del cordón industrial de Berisso y Ensenada. Militaban con convicción contra las injusticias y para transformar la realidad económica, política y social. Vivían con un compromiso que, neoliberalismo mediante, hoy es difícil de dimensionar.
El terrorismo de Estado desplegó su violencia genocida para exterminar ese proyecto político y destrozó las vidas y los cuerpos de quienes lo encarnaban. Instauró el terror como método para quebrar los lazos sociales, instaurar el silencio, y advertir ante cualquier intención de denuncia o solidaridad.
Es en plena oscuridad, con dos hijos y una nuera secuestrados, y sin muchas más herramientas que el mandato de la maternidad que Hebe de Bonafini emerge como una dirigente de un grupo de madres tan desesperadas y valientes como ella.
“Las Madres tenemos un respeto impresionante por nuestros hijos y los amamos cada vez más, cada vez sentimos más fuerte el amor. Ese agujero que deja la desaparición que parece que te falta algo adentro, uno tiene algo que no se puede explicar. La desaparición de un hijo no se puede explicar. Te queda un vacío, no se sabe qué es. Y eso hay que llenarlo de amor, de amor por el pueblo, de lucha, de sentimientos” dirá años después.
Marchar los miércoles en Plaza San Martín, viajar los jueves en tren para marchar en Plaza de Mayo. Sumar a otras a la lucha. No hay tiempo para llorar. Ni siquiera a las tres compañeras desaparecidas en la ESMA, Azucena Villaflor de De Vincenti, María Eugenia Ponce de Bianco y Esther Ballestrino de Careaga. Las tres mejores, insistía cada vez que las nombraba.
Y hubo que volver a la Plaza después de esos primeros días de diciembre de 1977, cuando la desaparición se extendía como una mancha venenosa que también se llevaba Madres. Y volvieron. “Nosotras hacemos política, ética, moral y de sentimiento, de amor. Y cuando uno ama al otro es capaz de darle un montón de cosas, hasta la vida” explicaba.
La marcha de los jueves continúa hasta hoy. El último fue escenario de encuentro para miles que quisieron abrazarla, estar en la Plaza, afirmarse en esa presencia colectiva. Allí sus compañeras esparcieron sus cenizas en la pirámide de Mayo, en el centro mismo de la Patria donde están todas las Madres para siempre.
Es difícil pensar un mundo sin Hebe. Imaginar que su voz no sonará estruendosa los jueves, y que sus lúcidas lecturas políticas no nos van a despabilar cualquiera de estos días. Sin embargo, está tan presente como el pañuelo blanco, como la marcha en la Plaza, como las y los 30000.