Por Mariana Portilla
Delia era una mujer común, vital y ocurrente. Maestra de profesión, apasionada por los libros y con un ácido sentido del humor, le gustaba dejar en claro que no era “ninguna heroína”, pese a que la vida se empeñó en ponerle duras pruebas en el camino. Fue una de las doce mujeres fundadoras de Plaza de Mayo.
Nació en 1926 en la ciudad de La Plata y en 1946 se casó con Jorge Ogando, el amor de su vida, con quien tuvo a su único hijo, Jorge Oscar. Una vida aparentemente normal hasta que en 1963 un cáncer tortuoso se llevó la vida de su marido. “Fue el primer golpe que me dio la vida”, contó alguna vez.
Para sumar un ingreso a su hogar comenzó a estudiar bibliotecología. Llegó a tener tres trabajos a la vez. En 1968 rehizo su vida amorosa, se unió a Pablo Califano y se mudó a Villa Ballester, partido de San Martín. Allí trabajó como bibliotecaria, fue vicedirectora y poco después ascendió a directora.
Pero la historia de Delia dio un giro cuando el 16 de octubre de 1976 en medio de un plan sistemático de desaparición de personas, su hijo y su nuera embarazada, Stella Maris Montesano, fueron secuestrados en La Plata. Ambos tenían una hija de tres años, Virginia. La madrugada en la que se los llevaron, la bebé quedó en la cuna de su casa.
Delia se hizo cargo de su crianza mientras buscaba desesperadamente a Jorge y Stella Maris. Llegó a saber que la pareja permaneció en el centro clandestino “Pozo de Banfield”, y que el 5 de diciembre de 1976 Stella Maris dio a luz un niño.
El 5 de noviembre de 2015 recibió un llamado de la oficina de Abuelas para avisarle que habían encontrado a Martín, el nieto número 118. Fue así que tras 40 años de búsqueda incesante, pudo fundirse en un abrazo con su nieto.
“Siempre tuvo muy bajo perfil. Hay nombres que son muy visibles y otros que quedan medios apagados. Y yo la veía a ella tan fuerte, me parecía necesario contar su historia”, asegura a Malas Palabras la periodista Soledad Iparraguirre que en el libro “Delia, bastión de la resistencia”, reconstruye los claros y oscuros de la vida de esta referente de los derechos humanos que falleció el 28 de julio del 2022, pocos antes de que el trabajo ingresara a imprenta.
-¿Cómo surgió tu interés por escribir sobre la historia de Delia?
En mis años de facultad me acerqué mucho a Madres y Abuelas, pero por pudor me mantenía al margen en las marchas y en los actos por la memoria. No me animaba ni siquiera a saludarlas por una cuestión de respeto a su legado.
Después sí me fui acercando a varias de ellas y con Delia surgió algo muy particular. La conocí en Beccar en la colocación de una baldosa en homenaje a Héctor Oesterheld. Ella estaba ahí acompañando la jornada, hacía pocos meses que había recuperado a su nieto Martín. Me la presentó un amigo de militancia. Delia era una tromba, pura energía. Le pregunté cómo iba todo con Martín y empezamos a charlar. “Me tiene harta. Me llama todos los días, ¿podés creer?”, me dijo, porque ella tenía un humor muy ácido (risas).
Al dolor que le causó la desaparición de Jorge, se le suma el suicidio de su nieta Virginia en 2011, a quien crió como si fuera una hija. Me pareció una historia fuerte y que deja al descubierto las marcas del terrorismo de Estado.
-¿Y cómo tomó Delia tu decisión de hacer un libro sobre su historia?
Enseguida me preguntó: “¿Cuándo arrancamos?” (risas) Fue en 2018, yo iba a su casa a grabarla. El vínculo excedió infinitamente el proyecto del libro. Terminamos teniendo una relación de amigas, fue como una abuela, fue muy duro para mí presentarlo sin ella. Igualmente estoy muy tranquila porque la hice partícipe de cada capítulo, conocía el contenido y estaba conforme.
-En un principio el título “Bastión de la resistencia” le pareció fuerte, después cambió de opinión. ¿Por qué decidiste llamarlo así?
“¿No será mucho?”, me dijo, cuando le conté la idea del título. Y la verdad es que no, porque el título tiene que ver con su entereza, no solo con el drama del terrorismo de Estado. Ella de muy joven quedó viuda, debió salir a buscar trabajo, luego atravesó la desaparición del hijo y de la nuera, la búsqueda inquebrantable de Martín, la crianza de Virginia y, años más tarde, su suicidio. La vida le dio muchos golpes, pero, aún así, ella se ponía la “máscara de sonrisas en la cara” y salía al mundo porque había que seguir. Delia fue resistencia pura, una entereza muy pocas veces vista.
-¿Merecía un reconocimiento mayor del que tuvo en vida?
A mi entender sí, pero siempre mantuvo un perfil muy bajo. Delia era una persona muy amiguera, muy anfitriona, le encantaba compartir y tener la casa con gente. Los primeros meses de pandemia le pegaron fuerte, era una señora mayor que vivía sola. Cuando le empezaron a decir que participara de Zooms se enganchó enseguida porque era muy canchera. Supo resignificarlo.
-Por último, Soledad, ¿cómo definirías este trabajo?
Parimos juntas con Delia este libro. Es una conversación amorosa de una madre y una abuela relatando su historia de vida y su legado. La historia de vida, como siempre decía, de una mujer común que tuvo que salir a pelearla. La de Delia, como tantas otras, son historias que me atraviesan mucho emocionalmente y con el negacionismo a flor de piel lo tomo como una contribución a la historia.