A la par de los bastonazos de Gendarmería, el gobierno ejerce una represión discursiva permanente. Sus voceros hostigan con cachiporrazos verbales que buscan lastimar la identidad sexual y política de sus rivales. Cultura falocéntrica y paranoia antiinsurgente en una cruzada que busca convertir la conversación pública en un ring de boxeo. Opinan Franco Torchia, periodista especializado en diversidad sexual, y Sol Montero, socióloga e investigadora en UNSAM/CONICET.
Por Emiliano Guido