Foto: Giovanni Del Mastro
Lucila Grossman crea arte en tiempos complejos. Tiene 28 años y estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires (UBA) como una especie de descarte, “porque iba a leer e iba a estar bien”. En 2017 Editorial Marciana publicó su primera novela punk y delirante titulada “Mapas Terminales”, y cuatro años más tarde el mismo sello sacó a la luz “Acá empieza a deshacerse el cielo”, un libro con tintes pre apocalípticos y proféticos. Este último trabajo, dirá su colega Paula Puebla, es la confirmación de que Lucila no escribe solamente libros, “sino que escribe y está escribiendo una obra que se organiza alrededor de preocupaciones ciertamente críticas al sistema y las imaginaciones de futuro”. No faltaron quienes incluso señalaran que Lucila es una revelación de la literatura millennial argentina.
Su primer acercamiento a la literatura fue muy temprano. “Mi mamá es periodista, escribe y es una lectora voraz, con una biblioteca interminable. Desde muy chica me acercó a ese universo y participó en mi atracción total. Como escritora también, de hecho, hay un mito familiar que cuenta que yo le dictaba cuentos para que ella los escribiera. Era mi juego preferido”, asegura Lucila a Malas Palabras.
Leyendo se enamoró de muchos autores y autoras: J.D Salinger, Roberto Arlt, Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire y Alejandra Pizarnik están entre sus predilectos. También Hernán Vanoli, María Moreno y Daniel Durand.
Lucila asegura que escribe porque le gusta la idea del arte por el arte: “No sé bien para qué sirve, no sé si sirve para algo”. Pero de algo está segura. En tiempos signados por la incertidumbre considera que el arte es una manera de acceder a otros mundos, y la literatura, en particular, es la mejor forma de hacerlo.
– ¿Pensás que la literatura tiene una función social?
– La literatura y el arte, en general, tienen una función social que por momentos se pierde. Existe un estrecho límite entre el entretenimiento sin más, entre lo masticado, y el arte que cuestiona, que mueve, que rompe de alguna forma. La función social del arte es crear micromundos mejores que muchas veces no se traducen en “leí este libro y se hizo la revolución”, porque la revolución no se hace con palabras, eso está más que entendido.
– Siguiendo esta línea, ¿qué papeles juegan las manifestaciones artísticas en el desafío de un mundo mejor?
– Las manifestaciones artísticas crean micromundos mejores que cuestionan y sacuden el estado de las cosas, y abren puertas a pensar desde lo personal que puede transformarse en algo más comunitario. Sin dudas, permiten pensar mundos mejores.
Si se habla de una literatura que está hecha desde la honestidad, desde la preocupación, desde la consternación o la sensibilización del que escribe hacia el mundo, sí o sí se abre una hendija hacia un mundo mejor. Ahora, si es una literatura que está hecha simplemente para circular en el mundo y asentar cierto juego de mercado y de entretenimiento, ahí ya se vuelve otra cosa.
– El arte también se piensa desde el feminismo. ¿Vos te considerás una escritora feminista?
– Me considero una persona feminista. Yo no sé si la idea de literatura feminista tiene mucho sentido como categoría de mercado. Creo que es algo que se traduce sí o sí en la literatura que une escribe porque tiene que ver con el mundo ideológico que se propone.
Creo que, como todas las categorías del mercado, achatan, cierran en vez de abrir, entonces se me vuelve bastante complicado porque, en realidad, creo que el concepto termina siendo una trampa para segregar a cierta literatura femenina y dictaminar lo que se puede o no escribir en términos temáticos. Pero, sin dudas, me considero una persona feminista y eso muchas veces se traduce en mi literatura.
– ¿Y de qué manera impacta el feminismo en tus obras?
– Desde lo más directo, que es muchas veces lo temático, pero desde un lugar más integral también, desde la forma de escribir, desde cierta propuesta que quiere escapar de un realismo patriarcal. Si vos como feminista depositás desde un lugar honesto tu sensibilidad con respecto al mundo, claramente de esas obsesiones participa una preocupación que tiene que ver con el género.
– Lucila, ¿creés que un mundo mejor es posible?
– Me considero alguien bastante pesimista. El estado de cosas es muy complejo para poder pensar en la posibilidad de un mundo mejor. Si bien hay cosas que mejoran, ciertas pequeñas revoluciones y avances, todo lo que resulta subversivo para este sistema que, de algún modo, está perfectamente diagramado para el mal, es absorbido, digerido y devuelto a la sociedad en forma de panfleto mercantil y creo que ese mecanismo tan dañino y omnipotente es muy difícil de desactivar, con lo cual es muy difícil pensar en un mundo mejor en términos más reales.
Obviamente, pienso que hay cosas que han mejorado a lo largo de la historia, pero a la vez me cuestiono “estamos haciendo mierda el mundo” entonces qué tipo de mundo mejor podemos construir si lo estamos destruyendo. Sin embargo, como dije anteriormente, veo la posibilidad de micromundos mejores que están muy condicionados por las situaciones de clases y de género.
– Recién hablábamos del arte, pero ¿qué pasa con la política? ¿Considerás que también es una herramienta que permite crear micromundos mejores?
– Yo vengo de una familia que vivió en carne propia la dictadura, con una confianza en la política y en el poder de la organización muy zarpado, pero también muy golpeada. La política tiene la capacidad de crear micromundos, pero en la realidad actual eso se ve coartado. Termina siendo como una fachada del poderío económico y abstracto que se vuelve inmanejable.
Sin embargo, creo que desde la política hay ciertas modificaciones importantísimas que tienen que ver con un poder vivir mejor dentro del caos. En ese sentido la organización y la salida a la calle es lo que nos permite que no nos convirtamos en robots que solo miran Instagram y TikTok.
Después hay que ver si es posible una organización a través de las redes, que implicaría poner el cuerpo, y no pasa la mayoría de las veces. La gran pregunta es si las redes se pueden convertir en una herramienta útil o solo colaboran en esta cuestión tan atomizada.