Por Carlos Fanjul.- Cuando este número de Malas Palabras empiece a recorrer cada recoveco del país para encontrarse con otros militantes, estaremos a pocos días de un aniversario más de la muerte, un 13 de julio de 1993, de un verdadero imprescindible como es Germán Abdala.
Pocos años antes, a comienzo de los ’90 y sabiendo que su destino era partir, eligió ya no someterse a su operación número 27 y retornar para empaparse del afecto militante que extrañaba.
Flaco, con su rostro marcado de huesos hartos de sufrir, estuvo lo mas que pudo con sus compañeros de todo el país.
En una visita a Santa Fe dejó algunas ideas, que hoy más que nunca, o tanto como siempre, golpean en nuestras cabezas que vuelven a presentir, como aquella vez, que ante la opresión que aplasta un poco más cada día, el pueblo trabajador debe responder con la más fuerte avanzada posible hacia una nueva independencia de los formatos capitalistas, a punto de estallar en mil pedazos.
Dijo Germán aquella vez, y nos vuelve a decir a cada instante: “Esos viejos compañeros anarco-sindicalistas que fundaron ATE en la década del ’20, nos enseñaron que defender el Estado era una causa de liberación nacional. Nos toca vivir un momento muy complicado, pero los trabajadores siempre sacamos fuerza del fondo del alma para revertir y transformar los obstáculos. Yo hoy quiero que asumamos juntos ese mismo compromiso de saber que nuestra verdad sigue intacta. Nuestro proyecto va mucho más allá de la individualidad política o partidaria. En la realidad argentina puede haber muchos dirigentes que piensen que ellos y los trabajadores podemos llegar a ser empresarios, y que este sistema capitalista nos puede integrar. Y eso es verdad: el liberalismo puede integrar a algunos hombres, puede integrar a algunas estructuras, y hasta nos puede llegar a convencer de que siempre deberemos ser nosotros los que hagamos un sacrificio más, pero lo que nunca logrará ese sistema liberal es integrar de verdad al pueblo trabajador, porque sabe que nunca le dará lo que merece. Debemos pelear para que cuando alguna vez llegue el triunfo, éste no sea falseado y se responda a los que más necesitan, a los humildes y a los postergados de siempre. Porque en esta Argentina de hoy, como en la de ayer y como en la de mañana, las necesidades del pueblo no pueden esperar. Y no deben ser negociadas”.
Germán recordaba lo que ya se decía en 1925.
Lo hacía más de seis décadas después, y hoy, cuando lo volvemos a recordar, miramos el almanaque y vemos a casi un siglo el mismo valor de aquellos mandatos de los anarco-sindicalistas.
Duele sentir que, salvo pequeñas primaveras, el sistema siempre te demostró que cada fiesta que inventa, termina siendo pagada por el pueblo laburante.
Y más duele verificar que luego de tres décadas de democracia, ninguna gestión dejó de buscar que nos metiéramos adentro de sus juegos de conveniencias. Y lo peor es que muchos se integraron.
“La única forma de que haya mejor democracia es que exista más protagonismo y poder popular”, se afirma paginas adentro.
Por ahí en eso pensaban en el ’25 cuando hacían oír su voz.
Y casi seguro que, a su vez, repetían las voces de hace 200 años, cuando tronaron en serio los gritos de libertad.