Hace unos días nos enteramos que María Soledad de 26 años y Florencia de 14 años habían sido violadas y asesinadas por el sereno de una fabrica abandonada en Ramos Mejia. El sujeto, llamado Cristian Perrone tenia antecedentes por intento de abusar de su hija de 12 años, y finalmente fue detenido en La Pampa.
Hasta aquí la fría descripción del suceso.
Durante algunos días este hecho infame ocupo una parte de los medios de comunicación que siguieron el caso. Algunos periodistas y noteros reflexionaron sobre el tema como de costumbre preguntándose mas por las actividades de la victima que por el accionar del victimario. Un claro ejemplo resulto el de un notero de televisión que, situándose en la entrada del lugar donde vivía María Soledad con sus 2 hijos, para darle mas “espectacularidad” al caso comenzó a hacer una serie de deducciones basada en el morbo, el prejuicio y sustentadas únicamente en un pensamiento machista
Dijo: “Detrás de esta cortina metálica vivía María Soledad, con el permiso del sereno y, ustedes se imaginaran, a cambio de qué”.
A cambio de qué? La respuesta es más que obvia, ahora, a quien le importa la vida privada de una victima? A cuento de qué este periodista analiza de esa manera?
Es justificación suficiente para que dos mujeres sean violadas y asesinadas? Acaso el hecho de que viviera en ese lugar tan precario tenia que ser una especie de trueque con el femicida?
Por supuesto que no, María Soledad y Florencia fueron asesinadas por un hombre que vio en ellas un objeto a ser tomado para su satisfacción: los violadores no gozan el acto sexual en si mismo, sino el terror y la dominación que tienen sobre sus victimas.
La justificación de los medios
Y los medios de comunicación si bien se escandalizan por los femicidios siempre ponen el acento en las actividades de las muertas, en cuestionar a sus padres por la falta de control, en por qué Florencia iba a visitar a ese lugar a María Soledad.
Preguntas que no conducen a ningún lugar y solo reafirman una supuesta necesidad de la compañía de un hombre para que estemos a salvo. El femicida pasa a un segundo plano, no se averigua nada sobre su vida personal, ni sus antecedentes, no se cuestiona su conducta asesina. Más bien se tiende a justificar su accionar a través de sus victimas.
De esto se trata la cultura de la violación. De poner a las victimas en el centro de la investigación; de cuestionarlas por que de “alguna manera” provocaron este desenlace, lo buscaron, lo facilitaron. Así la sociedad en vez de asumir una actitud responsable, las culpa de lo sucedido.
No hay reflexión posible sin un cambio de conducta, sin cuestionarnos de como fuimos educadas/dos y qué deberíamos cambiar para que no siga sucediendo.
Es decir buscar un nuevo paradigma social y cultural
Una pregunta simple ¿por que nos enseñan a las mujeres a cuidarnos de no ser violadas y a los varones no se les enseña a respetarnos?
Por que seguimos sosteniendo y justificando los estereotipos y apoyando la cultura de la violación que no es solamente la posibilidad de ser atacadas sexualmente sino que empieza con algo tan naturalizado como el acoso callejero. El mal llamado “piropo” que padecemos desde que somos niñas. Eso es hacernos sentir que las calles no nos pertenecen que es territorio masculino y por lo tanto debemos soportar el acoso como una “galantería”, lo cual es absolutamente erróneo.
No hay nada de bonito en sentirse observada e insegura por el simple hecho que estemos caminando.
El cura retrógrado
Otro caso singular que se enmarca dentro de este tema sucedió en una iglesia de Zarate donde el párroco exige a sus feligresas una vestimenta “cristiana” prohibiendo la entrada al templo tanto de mujeres y niñas que usen ropa, según el criterio del cura, inapropiadas.
Si bien es una medida retrograda que nos recuerda decisiones eclesiásticas de principios del siglo XIX, lo más sorprendente de este tema es la respuesta de la persona a cargo de esa iglesia y apoyada por una catequista del lugar: las calzas, jeans o remeras ajustadas “incitan”. Son para estas personas una provocación, ven según su punto de vista, que las mujeres y niñas que usan determinada ropa provocan situaciones de excitación y por ende pueden indirectamente justificar el accionar de un varón.
Para reafirmar estos hechos el titular eclesiástico fue entrevistado. Consultado sobre si realmente creía que esa ropa era provocativa, le respondió al periodista con otra pregunta: “¿Usted no siente nada cuando ve a una mujer vestida así?”. Y luego remato con una frase que da miedo: “Debajo de esta sotana hay un hombre”.
Según estos dichos, parece reconoce que dada una situación de encuentro con una mujer, este señor no podría contener sus deseos. Y, algo peor, además piensa que las niñas tienen actitudes provocativas por el hecho de ponerse un jeans, con lo cual no debieran siquiera de ser respetadas.
Ahí sigue este buen hombre, al frente de la misma parroquia.
Estos dos casos que a primera vista parecieran inconexos entre si, están impregnados por lo que llamamos la cultura de la violación. Este termino, usado desde la década del 70, sirve para justificar y perpetuar comportamientos de índole sexual que ponen el acento en la supuesta provocación de quien lo padece, y no en la responsabilidad de la persona que lo produce
Todo el tiempo se vuelve sobre las victimas. Se cuestiona sus vidas, qué hacían, donde y a que hora, si estaban lejos del control de sus padres…
O se reglamenta, como en el caso de la iglesia de Zarate, su manera de vestir porque eso les evitaría situaciones de abuso o violación.
No los provocamos, no insinuamos nada cuando estamos caminando por la calle
No somos la encarnación del mal.
Somos mujeres que queremos vivir en libertad.