En La Intensidad, su primer libro de poemas, Marta Dillon pone el dedo en la llaga. Ante la pregunta ¿cómo se atraviesa el dolor? aparecen escenas de extrañamiento profundo que hacen de este poemario una composición orgánica y cruda sobre la ruptura. Sin embargo, el poema es el lugar en donde se atrapa todo lo que se perdió, y muestra que se puede ir desde el terror al éxtasis. Con un tono desgarrado y expuesto, dice: “soy yo la que rompo”, asumiendo así una voz que busca nuevas configuraciones para las relaciones, el cuerpo, el placer y el dolor. Todas las heridas en una: quedarse afuera de un mundo conocido. Pero la fragilidad del cuerpo y de los planes de vida empujan a cambiar de piel.
La escritura de Dillon es perturbadora y precisa. Cada palabra está en el lugar justo sin estridencias aunque con peso, y se conjuga con un trabajo del ritmo y de lo fónico que resuena entre poemas y enlaza sentidos. Hay una asimilación afectiva y corporal con los animales: para hablar de un encuentro sexual entre tres mujeres, describe las pupilas y la postura de un ave de rapiña que observa a sus presas. Para hablar del hijx dice: “soy una mantarraya /voladora que guarda sus dientes / para cubrirlo en la cama sin devorarlo”.
Los sonidos son crujidos, cosas que se rompen, bichos que se aplastan o pasan dejando una estela que es como un roce. Así se quiebra también el silencio en un bellísimo efecto de amplificación sonora. Los espacios son hostiles, no sólo lo son las parejas o la muerte o la daga de la infancia dolorosa; pero está la reconfiguración, el buscar reparo en comunidad: “¿quiénes somos fumando entre cortaderas?”.
¿Qué es la intensidad? Ser lesbiana es vivir en la intensidad tratando de aferrarla entre los dedos, después de limarse las uñas. Es tener eso que sucede cuando el yo se sale de sí mismo, cuando vive al máximo y no descansa porque nunca es una sola cosa la que está pasando, porque a veces no se puede. Somos fuertes hasta que no lo somos. Nadie gana en la guerra y lo peor “es haber jugado”. No es tristeza, es melancolía y es una huella de lo vivido intensamente. La autora de “Aparecida” y “Vivir con virus”, referente del feminismo y del buen periodismo nacional nos da un libro necesario, muy distinto a todo lo que se está escribiendo aquí y ahora.