El compromiso político de Nora Morales de Cortiñas, ícono de las Madres de Plaza de Mayo, trascendió el campo de los derechos humanos. Su pañuelo blanco se enlazó con la bandera multicolor de los pueblos originarios y el lazo verde feminista. Ácrata, silvestre, transolidaria, regó tanta vida que su reciente muerte aparece, apenas, como un dato biográfico menor.
Por Luciana Bertoia, periodista, politóloga y magíster en Justicia y DDHH.
El viernes 27 de mayo de 1983, Nora Morales de Cortiñas partió hacia Sao Paulo, Brasil, para participar de la semana mundial de presos políticos desaparecidos. La actividad era organizada por el Comité de Defensa de Derechos Humanos –Clamor–, una organización vinculada a la iglesia brasileña. Nora iba acompañada por Marta Ocampo de Vásquez, otra mujer que buscaba a su hija embarazada, secuestrada por la dictadura. La información del viaje surge del parte 490 que la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) había redactado en 1983. Para entonces, los servicios hacía tiempo que habían posado su interés en lo que hacían las Madres de Plaza de Mayo en su denuncia contra los crímenes de la dictadura.
La SIDE tenía varios registros sobre Nora Cortiñas. En el “informe base” que la Secretaría presentó el 28 de febrero de 1983 la situaba como la tesorera de Madres y como una de las principales activistas. Sabía, además, que el 9 de noviembre de 1981 se había reunido con la comisión institucional de la Multipartidaria –que presionaba para que la Junta llamara a elecciones–, o que el 22 de enero de 1982 había estado en la sede de la Nunciatura para entrevistarse con el presidente de la Comisión Justicia y Paz del Vaticano para dejarle pedidos sobre las personas desaparecidas. Otros informes anunciaban que Nora había viajado en febrero de ese año a la 38ª reunión de las Naciones Unidas en Ginebra.
Algunos de estos registros se conocieron en diciembre de 2020, cuando la entonces interventora de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) Cristina Caamaño desclasificó información vinculada al seguimiento que sufrieron los organismos de derechos humanos durante los años del terrorismo de Estado. Para entonces, Nora Cortiñas llevaba décadas reclamando la apertura de los archivos del Estado. Tenía una esperanza: saber qué había pasado con su hijo mayor, Carlos Gustavo Cortiñas, secuestrado el 15 de abril de 1977.
Antes de la desaparición de su hijo, Nora Cortiñas tenía una vida tranquila. A los 19 años, se había casado con Carlos Cortiñas. En 1952 nació Carlos Gustavo –a quien en la familia llamaban por su segundo nombre– y en 1955, Marcelo. El mundo de Nora transcurría en su casa de Castelar. Allí daba clases de alta costura y, en algunas oportunidades, cosía para afuera. A su marido no le gustaba que su esposa trabajara.
Gustavo se acercó a la militancia en la Juventud Peronista (JP)-Montoneros. Militaba cerca del Padre Carlos Mugica en la villa 31 de Retiro. A Nora le preocupaba que se expusiera. “¿Qué querés, mamá, que vayan los hijos de otras madres?”, le retrucaba él.
La familia Cortiñas pasó la Semana Santa de 1977 en la costa. Saludó por última vez a su hijo mayor en la terminal de micros de Mar del Tuyú. Nunca se imaginó que ése sería el último beso. Cuando regresó, la esperaba la desgracia: su nuera Ana le contó que no tenía noticias de Gustavo –que había salido para el trabajo pero nunca había llegado–. Ella misma había sufrido un operativo en la casa familiar.
Desde entonces, la vida de Nora cambió. Su mundo pasó a estar fuera de su casa de Castelar. Ella se dedicó de lleno a la búsqueda de Gustavo. Llegó por primera vez a la Plaza de Mayo en mayo de 1977. Las Madres ya llevaban unas semanas reuniéndose allí por impulso de Azucena Villaflor de De Vincenti.
Norita para todos y todas
Nora nunca abandonó la Plaza de Mayo. Siempre fue el lugar desde donde reclamó por su hijo y por los hijos de otras madres. Desde allí visibilizó otras injusticias que la motorizaban. Fue por última vez a la plaza el 2 de mayo de este año. A la semana siguiente comunicó que se adhería al paro general convocado por la Confederación General del Trabajo (CGT), la CTA Autónoma (CTA A) y la CTA de lxs trabajadorxs (CTA T). Tuvo que ser operada de urgencia por una hernia y murió, después de trece días de internación en el Hospital de Morón, el jueves 30. Su muerte se produjo un jueves después de la hora en la que solía marchar en la Plaza.
Nora –o Norita como la llamaba todo el campo popular– pidió que se la recordara como alguien que siempre estaba. Era una santa pagana de todas las luchas. Se entendió feminista con los años. Se abrazó a las diversidades. Un abogado antirrepresivo la recordaba como la primera Madre que se sumó al reclamo por los tres pibes acribillados en la masacre de Ingeniero Budge en 1987 y que entendió que se trataba de un hecho de violencia estatal. Sergio Maldonado, hermano de Santiago, se tomó un avión para venir a despedir a esa mujer que lo había acompañado en la denuncia contra la Gendarmería de Patricia Bullrich y Mauricio Macri.
Nora no llegará a ser testigo en el juicio que debe hacerse a los funcionarios que encubrieron los vuelos de la muerte. Ella fue un eslabón fundamental para que procesaran al exjuez de Dolores Carlos Facio. Lo había ido a ver el 26 de diciembre de 1978 para pedirle que le dejaran identificar los cuerpos que habían aparecido días antes en la costa. Ni el juez ni la policía la convocaron, pese a que ella le dijo en un escrito que vivía pendiente de cualquier dato que pudiera significar saber algo del destino de su hijo. Nora, por su cuenta, viajó a Santa Teresita para hacer lo que la justicia no hacía: recabar información sobre el hallazgo de los cadáveres.
En el corazón popular siempre
El pasado viernes 31 de mayo, Nora Cortiñas fue velada en el microestadio Gorki Grana, que funciona dentro de lo que fue el predio de Mansión Seré. La elección del lugar de la despedida no fue arbitraria. Nora vivía en la zona, además había acompañado el funcionamiento de ese lugar como un espacio de memoria pero, sobre todo, se había metido en las fauces de la maquinaria represiva para saber si ahí estaba su hijo. En plena dictadura, había entrado –golpeando las manos y hablando muy alto. Dijo que quería comprar el lugar para montar allí un geriátrico. Los señores de la vida y de la muerte –los que secuestraban, torturaban y asesinaban– la sacaron nerviosos.
Esos represores de la Mansión Seré, como los agentes de la SIDE, percibieron muy bien de lo que era capaz esa mujer de menos de un metro y medio de estatura. Nora, la que no dejó ni un día de pedir por su hijo, y por los hijos ,y las hijas de todas las Madres. Norita, la que llevaba en su pecho la foto de un Gustavo sonriente, como guía para dar todas las batallas contra las injusticias.