Sobre Las niñas del naranjel, de Gabriela Cabezón Cámara
Por Laureana Buki Cardelino
Es la selva, con su quietud rara, el sitio para la escritura, el entramado, la ficción y la ternura. En Las niñas del naranjel, la última novela de Gabriela Cabezón Cámara, editada por Random House en 2023, se abre una curiosa temporalidad en la red de personajes de la novela: un fugitivo que ha sido una monja, dos niñas guaraníes, monos, perro, caballos, pájaros, plantas, ríos, aire, obispos, capitanes, indios, el paisaje mismo es un personaje. El pasado se mezcla con el presente y el futuro a través de la idea de la transformación. Leemos ahí a Max Frisch y a Donna Haraway. El lenguaje se transforma, el personaje, el género, la vida de los otros, lo conocido se transforma.
El protagonista, Antonio, es un arriero que hace de la huída una forma de vida. Es también secretario de un capitán, que lo salva de la horca al descubrir su condición de mujer. La promesa a la Virgen comienza así, le escribirá una larga carta a su tía y todo cambiará para él: “Ciego, un ciego que empezó a ver. Tenía que ser la Virgen Pura sacándolo de la oscuridad.” Antes, en el Viejo Mundo, era monja. La historia real de Catalina de Erauso, la legendaria Monja Alférez, es el disparador de una ficción que juega con la biografía histórica y el registro de la carta en un lenguaje inventado que pasa por la lengua del conquistador.
La mirada descolonizadora encuentra en la monja travesti un portal ficcional y temporal para reunir la historia terrible de los españoles saqueadores y violentos, y un tiempo imaginario situado en la Amazonía. Historias llenas de contrastes, como la selva. La locura de ponerse a escribir en la selva y ser interrumpido solamente por voces guaraníes de niñas que hay que alimentar de frutos silvestres y de promesas, de historias viejas y nuevas, de una Virgen y una fruta desconocidas, poéticas, también objeto de la aventura. ¿Encontrará las naranjas? ¿A dónde lo llevará esta nueva aventura?
La mirada descolonizadora encuentra en la monja travesti un portal ficcional y temporal para reunir la historia terrible de los españoles saqueadores y violentos, y un tiempo imaginario situado en la Amazonía.
La lengua como una canción inventada, cuando lo que se tiene para decir es un motor para explorar nuevas formas de contar y de cantar, ahí la lengua está viva y genera algo en el cuerpo, una resonancia en los lectores. El gran hallazgo es el tejido de canciones, registro de literatura y religión, pedagogía, invento, juego, lenguaje actual, pero también alumbramiento, descubrimiento de un nuevo mundo, una verdadera fuga.
Hay un ojo cuir, nada es y a la vez todo es, todo junto y mezclado en un movimiento constante, un correrse, una superposición como las plantas en la selva, entremezclada la lengua en fuga perpetua. El siglo de oro es una referencia parodiada, hermanada con líneas célebres de Pizarnik y de Shakira. Recuerda también la voz narradora omnisciente de Un mundo alucinante, la grandiosa novela de Reynaldo Arenas. Amor por la tierra maravillosa. Amor por las palabras. Amor por la música.
El siglo de oro es una referencia parodiada, hermanada con líneas célebres de Pizarnik y de Shakira. Recuerda también la voz narradora omnisciente de Un mundo alucinante, la grandiosa novela de Reynaldo Arenas. Amor por la tierra maravillosa. Amor por las palabras. Amor por la música.
En esta selva, que es como un personaje, hay que escribir y huir para salvarse: “la selva da y la selva pide”. Es una magia que se lee en clave de película de Miyazaki, donde todo es posible, y quien civiliza a las niñas salvajes en las cosas de la religión y del mundo, pasa a ser el sujeto que ve con asombro la gran revelación.
Hay un coro muy lindo entre las palabras y las ideas, todo canta y suena bien. Hay que leer y escuchar. Se persigue una música como un deseo, un color, una vibración. Se estiran las formas, se deforman los límites, se generan parentescos que parecían imposibles y se sitúan en un pasado que es hermoso y esperanzador.