Corrido de la calle a bastonazos, el informalismo laboral se trasladó a internet. Eva, Carina y Sasha ocupan sus redes sociales para vender prendas usadas, muffins, cristales sagrados. Historias de mujeres que toman la fuerza del algoritmo para llegar a fin de mes
Por Mariana Portilla (@mportilla89)
Ilustración: Juan Soto (@sotografico)
Eva De Nicola Rodríguez acomoda con cuidado las prendas que cuelgan de una percha en una pared blanca, les pasa la mano para estirarlas bien y busca el mejor ángulo para que salgan prolijas en la foto. Después abre Instagram, carga la imagen, adorna un texto corto con emojis y lo publica. Hace lo mismo en Facebook y replica en las historias de ambas redes. “Promo 8000. Conjunto deportivo talle 38/40 más campera talle 2/3 combinada. Una belleza, chicas”, escribe. Y espera.
Mientras tanto, sigue. Responde mensajes, coordina entregas, organiza pedidos. Todo desde el teléfono celular. No tiene local, tampoco empleador. Es ella con su emprendimiento. Ropa nueva y usada, algo nacional, algo importado, ropa deportiva, jeans, remeras, camperas, para hombres y mujeres. Precios cuidados a pulmón.
“Empecé por necesidad. Me quedé sin trabajo cuando cambió la gestión municipal en La Plata, no entraba nada de laburo y tenía que moverme. Una noche me senté y dije: ‘¿Qué puedo hacer con lo poco que tengo?’”. Y así nació Eva Store, que fusiona ropa de “segunda oportunidad” con nueva, nacional e importada.
“Empecé por necesidad. Me quedé sin trabajo cuando cambió la gestión municipal en La Plata, no entraba nada de laburo y tenía que moverme. Una noche me senté y dije: ‘¿Qué puedo hacer con lo poco que tengo?’”.
Eva De Nicola Rodríguez, dueña de “Eva Store”.
Como Eva, cada vez más personas se lanzan a vender por redes sociales. El politólogo Matías Mora Cáceres define a este fenómeno como el de los manteros digitales: personas que, ante la falta de empleo formal, recurren a las redes sociales y plataformas de mensajería para generar ingresos de manera informal, muchas veces en condiciones de absoluta precariedad.
El fenómeno no es menor ni aislado. Según el último informe del Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas (IPyPP), en el primer trimestre de 2025 la desocupación alcanzó el 7,9%, acumulando 243 mil nuevos desocupados en dos años. La causa principal: la destrucción del empleo formal. Durante la gestión Milei se perdieron casi 200 mil puestos registrados. En contrapartida, crecieron el monotributo precario, las changas y el autoempleo informal. En el último año, la informalidad laboral aumentó 1,2 puntos porcentuales.

Emprender por supervivencia
Eva trabajó desde joven en gastronomía, tuvo una pyme familiar y fue empleada pública en la Defensoría de La Plata. En noviembre de 2023 quedó afuera tras un recorte generalizado. “Tenía preparación, experiencia, pero cada intento laboral era un letargo de entrevistas que no llegaban a nada. No podía seguir esperando”. Decidió apostar por un rubro que le gustaba como hobby: la indumentaria.
Con los pocos ahorros que le quedaban comenzó a armar su proyecto desde cero: eligió proveedores, aprendió de redes sociales, usó su formación como community manager para diseñar campañas caseras y pensó su negocio con una lógica social: “No quiero que haya un nivel económico para acceder a una prenda. Trato de encontrar la mejor posibilidad de precio para la oferta y que sea accesible, cubriendo costos y sin perder, en principio, ganancias”, le cuenta a Malas Palabras.
Cada semana viaja a buscar mercadería, hace balances de costos, prepara publicaciones, responde consultas, entrega pedidos. No tiene vacaciones, pero sí autonomía: “Soy monotributista, tengo cuenta bancaria habilitada, me descuentan ingresos brutos con cada venta y no me quejo de eso. Pero, es un trabajo full time: hay que estar encima todo el tiempo. En mi caso personal, emprendí por supervivencia y, hoy por hoy, tengo un sueldo. Lógicamente, mes a mes se va complejizando la situación porque las políticas no ayudan”.
Carina Villa vive en Belén de Escobar, una localidad bonaerense conocida por la Fiesta Nacional de la Flor. Tiene 48 años y trabaja hace casi tres décadas en una reconocida empresa láctea. Sin embargo, hoy su sustento principal no es aquel empleo. Su tienda online de productos holísticos Oom pasó a ser su principal estipendio.
“La empresa está en crisis desde hace años. Nos deben varios sueldos desde abril, el salario cada vez rinde menos”, cuenta. En plena pandemia, junto con su marido decidió crear un emprendimiento vinculado a lo que más le apasiona: el universo holístico. “Hace más de veinte años que me formo en terapias y pensé que podía convertir eso en una fuente de ingresos”, detalla.
Así nació su tienda virtual, donde vende cristales, orgonitas, dijes para protección, geometrías sagradas y otros objetos que realiza, en parte, de forma artesanal. Publica en Instagram, Facebook, Marketplace y páginas de compra-venta. Suma reels de sus productos y también hace transmisiones en vivo explicando cómo atraer abundancia. Diseña sus flyers en el programa Canva, arma los paquetes y responde consultas. “También participo en ferias, donde me muevo de mesa en mesa según el presupuesto del mes”, le dice a esta revista.
Así nació su tienda virtual, donde vende cristales, orgonitas, dijes para protección, geometrías sagradas y otros objetos que realiza, en parte, de forma artesanal. Publica en Instagram, Facebook, Marketplace y páginas de compra-venta. Suma reels de sus productos y también hace transmisiones en vivo explicando cómo atraer abundancia.

Carina no tiene un horario fijo, pero su dedicación es absoluta: “En el trabajo formal estoy nueve horas. Con el emprendimiento no sé si hay descanso, pero al menos puedo manejar mis tiempos y eso también vale. Sin esto, no podría pagar mis cuentas. Saldo los impuestos, los gastos, lo cotidiano”.
Tiene claro que el autoempleo exige otra lógica. “No podés tocar la plata que entra. Hay que medir todo: si vendiste, reinvertís. Hay meses y meses. Si uno se dedica a subir historias, explicar los productos, hay más dinero. Si no hay stock, no hay venta. Es otra organización, pero con paciencia vas creciendo”, resume.
Un celular y una batidora
Sasha Correa tiene 20 años, vive en la localidad de Chacabuco junto a su mamá y sus hermanos, y estudia Psicología en el Centro Universitario de Chivilcoy. En el verano de 2024, con la necesidad de costear apuntes y fotocopias, decidió lanzar su propio emprendimiento de pastelería casera y meriendas personalizadas. Le puso nombre, identidad y receta propia: La Casa de los Sabores, que hoy sostiene y hace crecer desde Instagram y WhatsApp.
Ofrece cookies, prepizzas, panes, pizzetas, pastafrolas, muffins. Todo elaborado de forma artesanal. “No tengo local y hacerlo por redes permite llegar a muchas más personas”, cuenta a Malas Palabras. Desde su cuenta muestra fotos de lo que cocina, recibe pedidos por mensaje directo y coordina entregas a domicilio.
“No tengo local y hacerlo por redes permite llegar a muchas más personas”
Sasha Correa, dueña de “La Casa de los Sabores”.

El principal desafío es compatibilizar el estudio con el trabajo. “Generalmente le dedico unas 4 o 5 horas a la cocina, más el tiempo de envío. Mis días de trabajo dependen de cuándo curse, y si hay pedidos, ese día entero lo uso para cocinar y repartir”, detalla.
Sasha se encarga de todo los eslabones del negocio: desde las compras hasta la atención al cliente, aunque a veces cuenta con la ayuda de su mamá. “Este emprendimiento me ayuda a ‘zafar’ o a darse algún gustito los fines de semana. Me permite tener un poco de independencia”, dice.
Estas tres historias son apenas una muestra de lo que hoy se multiplica en cada rincón del país. Personas que, ante la falta de trabajo estable, encuentran en las redes sociales una forma de subsistir, de construir algo propio.
Trabajadores y trabajadoras que hacen equilibrio entre la precariedad y la esperanza.