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Nota publicada el 05 / 10 / 2022

Mi vida va perdida dice la autoridad

Por Rubén Fernández Lisso

Fotos: ACNUR

Y así pueden morir asfixiados en un camión que la única frontera que les hizo cruzar fue la de la muerte, o baleados cuando intentan traspasar los alambrados o los muros que construyen los países que prohíben su ingreso, o ahogados en el mar ante el naufragio de las frágiles naves que abordaron, o en campos de refugiados. Las más diversas y dolorosas formas de la muerte acechan a los migrantes. Algunos la llaman necropolítica: unas vidas tienen valor y otras no.

A fines de 2021, el número de personas desplazadas por las guerras, la violencia, la persecución y las violaciones a los derechos humanos ascendía a 89,3 millones. Según ACNUR,  la Agencia de la ONU para los Refugiados, esa cifra se duplicó en los últimos diez años. 

“En la última década, las cifras han incrementado cada año”, expresó Filippo Grandi, Alto Comisionado de la ACNUR. “Si la comunidad internacional no se une para emprender acciones que permitan atender esta tragedia humana, o bien, para resolver conflictos y encontrar soluciones duraderas, esta terrible tendencia continuará”.

Pero la comunidad internacional no se une para atender esta tragedia humana, es más, la agudiza a cada segundo ejerciendo más violencia e intentando naturalizar neologismos como inmigrante ilegal. Incluso, cuando las personas migrantes logran acceder al “paraíso” se topan con las más diversas formas de discriminación, racismo, vulneración. Mano negra ilegal, canta Manu Chao. Nigeriano clandestino, boliviano clandestino, argentino ilegal. 

Así le sucede a Claudio Rigazzi quien hace más de veinte años ingresó como turista a Estados Unidos para trabajar en la construcción. Vive en New Jersey y desde que llegó, no puede salir del país de la libertad. Es un trabajador experto y bien pago, pero nunca pudo volver a Argentina y su Mendoza natal, ni visitar ningún otro país: no puede porque todavía es un inmigrante ilegal y si sale, no podrá volver a entrar e incluso perdería todos los derechos a los que accedería si dentro de un par de años obtiene una Green Card. “Lo que más me gustaría es encontrarme con la familia, con los amigos, con mi tierra.” Se emociona y llora.

Maura Brighenti afirma de modo categórico para Malas Palabras que estas imposiciones a los migrantes son “producto del racismo.” Maura es doctora en Ciencias Políticas de la Universidad de Bologna (Italia), docente en la Universidad de San Martín y experta en el tema migraciones. Ella destaca que estos comportamientos son el producto de una colonialidad que continúa hasta nuestros días: “Si bien hoy no hay un colonialismo formal, no tenemos virrey, sí tenemos relaciones coloniales. Es un racismo muy fuerte que tiene motivaciones muy evidentes en este sistema capitalista, que es poner barreras entre unos y otros, es poner una gran parte de personas en condiciones de no poder moverse o de tener que aceptar cualquier tipo de condiciones de trabajo o de explotación para que el capitalismo las tolere.” 

Maura migró de Italia hacia Argentina donde consolidó una familia y hoy vive en una pequeña comunidad en las afueras de La Plata. Asegura que ser una migrante europea le brinda privilegios como la libertad de movimiento pero reconoce que muchos migrantes que llegan desde América Latina o África no gozan de los mismos derechos. Maura considera que tenemos que poner en discusión este modo de vida imperial y cuenta que además de la red de amistades que pudo construir, lo que la convenció de quedarse en la Argentina fue el hecho “de que en Europa hay una crisis hace ya muchos años, es un lugar donde no se pueden imaginar alternativas, mientras que acá hay una creatividad popular mucho más extendida. Hay una creatividad popular que hoy le está faltando a Europa para pensar otro camino.”

Esta Europa sin alternativas y en guerra agudiza las restricciones a la migración y construye más campos de refugiados. La crisis es inocultable: inflación, pobreza, trabajo precario, migraciones desesperadas. Informa ACNUR que más de 3.000 personas murieron o desaparecieron el año pasado para alcanzar Europa mientras intentaban cruzar el Mediterráneo. La Agencia de la ONU para los Refugiados también denunció el creciente número de incidentes de violencia y graves violaciones a los derechos humanos de personas refugiadas y migrantes en varias fronteras europeas, muchos de los cuales han provocado trágicas pérdidas de vidas.

Ana Mallimaci es doctora en Ciencias Sociales, Magister en metodología y especialista en migraciones y temas de género. Es investigadora independiente del CONICET y considera que “la migración como un problema comienza con las fronteras, con la constitución de los Estados se genera la situación de tener que hacer algo para pertenecer o tener derechos en un territorio. Es una construcción de la modernidad. Esto en la primera ley migratoria de nuestro país no estaba: cualquier persona que venía tenía derechos, y no había que hacer ningún trámite para tenerlos. Salvo el de votar y ser elegidos, porque la ciudadanía política se restringía a quienes habían nacido acá.”

La científica agrega que “la migración como un problema es un efecto de las políticas restrictivas. Antes no había problemas con los desplazamientos, esas mismas políticas son las que crean el problema.” A esto, Mallimaci suma que: “Hoy estamos viendo en Latinoamérica situaciones que antes sólo se observaban sobre todo en las fronteras del Norte global: la frontera de México y EE.UU., las fronteras de Europa con África y hacia el Oriente. En nuestro país todavía no se ven esos grados de violencia pero hay países en Latinoamérica como Chile, Perú o Colombia donde se comienzan a observar fenómenos de mucha violencia. Por eso cada vez más gente habla de la necropolítica o la política de la muerte en la gestión de las fronteras o de las personas migrantes.”

Un informe de la ONU sobre migración estimaba que hasta junio de 2019 el número de migrantes internacionales era de casi 272 millones en todo el mundo, 51 millones más que en 2010. Casi dos tercios eran migrantes laborales. Los migrantes internacionales constituían el 3,5% de la población mundial en 2019, en comparación con el 2,8% en 2000 y el 2,3% en 1980.

Otra cuestión discriminatoria que señala Mallimaci es lo que se llama “buena migración”, o sea, la que cumple con los requisitos de las políticas de restricción y la “mala migración.” Estos prejuicios se dan incluso en nuestro país donde tenemos una política de migración muy igualitaria –sobre todo para las personas que nacieron en países del Mercosur y asociados-, que es bastante abierta, pero ese discurso de que hay una migración mejor que la otra está muy instalado. Por ejemplo, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (CABA) hizo un montón de programas que son para personas con ciertas calificaciones o para beneficiar a venezolanos y venezolanas, que en esa estratificación aparecen como más deseables que otros o más víctimas que otros. Uno tiene que demostrar que es una víctima o demostrar que tenés estas calificaciones si no, no merecés ingresar a un país y tener derechos como cualquier ser humano.  Es terrible cuando uno lo piensa en términos filosóficos pero lo tenemos tan naturalizado que se filtra todo el tiempo.” 

La espera vital es otra terrible experiencia que deben padecer las personas que están esperando la ciudadanía o algún otro papel que les permita ser. En la Argentina, incluso cuando había políticas más restrictivas como la llamada “Ley Videla” –explica Mallimaci-, el estado no tenía una política de expulsión activa como tiene EE.UU. pero “eso cambió en el gobierno de Macri, un cambio en la tradición de la política migratoria argentina que pretende generar la relación de la migración con la delincuencia, pero no de cualquier migrante, cuando estas personas hablan de migración como delincuentes están pensando en personas que vienen de distintos orígenes que pueden ser Bolivia o Paraguay, pero nunca un inmigrante europeo. Nuestro país mantiene un sentido común de aceptación de la migración pero al mismo tiempo existe un profundo racismo respecto a los “malos migrantes” y ¿quiénes son esos malos migrantes que no encajan en ese estereotipo? Son los migrantes latinoamericanos. Es un profundo racismo que afecta a migrantes y también a argentinos y argentinas con esos ‘cuerpos marrones’, como dicen ahora.”

En este sentido, Maura Bringhenti agrega que la migración ilegal es utilizada para disciplinar el mercado de trabajo: “En Europa hay una política muy fuerte de deportaciones del inmigrante ilegal pero al mismo tiempo hay un uso masivo para determinados tipos de trabajos, por eso, asegurar esta ilegalidad permite explotar a estas personas y al mismo tiempo ampliar la precarización del trabajo en general. Esto también lo podemos ver cada vez más en América Latina donde crece la mano de obra barata que proviene de la migración y no cuenta con los derechos de otros trabajadores. Esta migración ahora es moneda corriente en países como Ecuador, Colombia o Chile. El concepto de migrantes ilegales es un concepto que viene claramente con el neoliberalismo, que se agudiza en los años noventa, en clave de precarizar aún más el mercado de trabajo a través del uso de la figura del migrante ilegal.” 

La calamidad a la que están empujando al mundo es evidente y mensurable: salarios a la baja, aumento de la pobreza, incremento de las deudas externas soberanas en los países proveedores de materias primas y recursos naturales. La concentración de la riqueza es obscena y exhibicionista. Como infirió el ministro de la Corte Suprema Carlos Rosenkrantz, actuando como vocero de los dueños de todo: donde existe una necesidad hay un negocio. ¿Es, sencillamente, puro desprecio por lo humano? 

Del total de migrantes un 48% son mujeres y se estima que 38 millones son niños. Tres de cada cuatro migrantes está en edad de trabajar. Asia acoge alrededor de 31% de la población migrante internacional, mientras que el dato para el resto de los continentes se reparte así: Europa 30%; las Américas 26%; África 10%; y Oceanía 3% [datos recogidos del Portal de Datos Mundiales sobre la Migración].

El infierno del Dante convive con las caravanas de migrantes que desde Centro América procuran llegar hasta Estados Unidos. Viajan a pie con sus hijos en brazos y todas sus no pertenencias sobre los hombros. Escapan del desastre, aunque tengan que huir al destierro. Saltar de la sartén de los pueblos devastados al fuego de servir a los opresores. Cualquier cosa es mejor que morir de hambre, sumado a la falta de porvenir.

En este sentido, Maura Brighenti propone otra mirada sobre la migración: “Creo que no hay que mirar a las migraciones solo desde el punto de la violencia o desde el punto del despojo porque en alguna forma puede significar una revictimización de la propia persona que migra, ya que podemos quitarle una subjetividad o una posibilidad de reconstruirse la vida en otro lugar. Yo soy italiana y milité muchos años con los migrantes en Italia y muchos te decían razones de todo tipo por las que migraban, seguramente había una razón económica, pero también había un espíritu de aventura, ganas de cambiar de lugar, ganas de mayor libertad, jugar al fútbol, había muchas razones diferentes. Había un fuerte impulso subjetivo hacia una vida mejor. Creo que es muy importante escuchar estas voces para poder mapear, cartografiar los itinerarios de las migraciones desde el punto de vista de las propias personas que migran.” 

Además, indica que la figura del migrante ilegal no es una figura permanente: puede ser ilegal en un momento y legal en otro momento, ya que la inclusión y la exclusión cambian todo el tiempo, se modifican según lo que el capital requiere en un determinado momento. Lo mismo sucede con la deportación: en un momento se deporta muchísimo más que en otros. A veces se deportan migrantes de algunos países y es también una cuestión geopolítica. Son cuestiones que se adaptan a las condiciones de sobrevivencia que el capitalismo requiera en uno u otro momento. 

Es muy violento todo lo que sucede en las fronteras, en las zonas de fronteras, con los muros, con policías que disparan, eso es muy violento, pero existe una tendencia a la espectacularización de toda esa violencia que nos acostumbra a naturalizarla y de alguna forma normalizar también la impunidad. Esa espectacularización, un fetichismo casi de la frontera, de toda esa forma violenta también sirve para seguir multiplicando la frontera y seguir aplicando aún más la violencia. Frontera y violencia que son necesarias fundamentalmente para asegurar que haya trabajadores en condiciones de ser explotados más que otros. “Esta violencia contra los migrantes –concluye Brighenti-, muestra un neoliberalismo que se vuelve cada vez más terminal, más en crisis, que requiere cada vez más sacrificios para poder seguir su curso.”

Algunas veces se escucha por ahí que los conquistadores, como acto postrero, roban el alma de los pueblos conquistados: les aniquilan el ser, su historia, sus costumbres, sus culturas. Y los transformaban en migrantes desesperados, al servicio de la conquista.

En este contexto se torna imprescindible pensar en una nueva generación de derechos humanos que permitan incluir a los migrantes. Hay que convertir los movimientos de solidaridad hacia los migrantes en un nuevo movimiento y una nueva consigna política para modificar la realidad: ningún ser humano es ilegal.

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