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Nota publicada el 10 / 09 / 2022

“Hoy el teatro es trascendente como arte desafiante”

Por Rubén Fernández Lisso

-Escuché que te considerás jardinero, ¿es así?

-Mauricio Kartun: Sí, siempre que uno no lo piense en términos profesionales y sí en términos recreativos. Es una actividad que disfruté toda la vida pero que además en los últimos años se vuelve compensatoria. Lo mismo pasa con el caminar, son compensaciones necesarias frente a la nueva normalidad virtual. La sensación de que en los últimos veinte años buena parte de la vida pasó a suceder en el aire; nosotros estáticos y algo sucediendo alrededor. Yo tengo la convicción y lo afirmo con pruebas, de que inevitablemente es un acto colonizador de la cabeza. Entrás en sensación de omnipotencia, en percepción de poder hacer mucho más de lo que en realidad el cuerpo puede y el cuerpo queda atrapado. Y lo que ha sido tradicionalmente el soporte, que es la presencialidad o los cuerpos, queda relegado a una silla. Si no aparece un acto compensatorio, ahí viene lo de caminar y lo del jardín también, el cuerpo se vence. No hay posibilidad ni alternativa para un cuerpo que fue creado en una necesidad de desgaste de calorías, movimiento, flexiones y expresión física. Quedar limitado a la posibilidad de elección de letritas y números que hace un dedo. Entonces lo vivo como una descarga extremadamente saludable.

Lo que describías parece formar parte del gran coloniaje mental que existe.

M.K.: No cabe ninguna duda. Uno no puede perder de vista que todo lo virtual supone rendirse al poder de las corporaciones. Es decir, no hay manera de hacerlo sino en el marco de un gasto hacia las corporaciones. No solamente porque vos tenes que pagar tu conexión, sino porque cualquier lugar donde vos entres, si no hay una publicidad franca que supone ser objeto de negocio, hay algoritmos que pescan qué es lo que estás necesitando y en algún otro lado te lo van a ofrecer. Entonces no cabe ninguna duda de que perdemos definitivamente la autonomía y la libertad y que necesitamos ganarlas en otros lados. Que esto se ha vuelto imprescindible no cabe ninguna duda porque ahora también te lo exigen los laburos. Y con la pandemia peor, porque apareció el engaña pichanga del teletrabajo, la sensación de que podes trabajar desde tu casa y no te tenes que trasladar pero en realidad trabajas desde adentro de la gran corporación. No cabe ninguna duda de que esa corporación tiene también intereses políticos e ideológicos y que los va a desarrollar. Más allá de que los algoritmos puedan determinar qué es lo que vos estas buscando, la corporación buscará siempre brindártelo de tal manera que a ella le sirva y para que a ella le sirva también tiene que cumplir sus intereses políticos.

Hay una importante promoción de la idea del individualismo, de los seres individuales y un desmedro absoluto por el ser colectivo ¿nos podés brindar una consideración al respecto?

-M.K.: Si. A ver, el individualismo tuvo presencia filosófica fuerte en todas las manifestaciones políticas. De hecho hay anarquismo individualista, ha habido una corriente muy fuerte. Pero lo que uno no tiene que perder de vista es que estaba en correspondencia a las hipótesis que se vivían en la época en la que apareció. Hoy hablar de individualismo casi te diría que es tautológico porque toda nuestra actividad se va volviendo individual e individualista. Yo te doy ejemplos que tengo cercanos por mi propio trabajo pero que cualquiera puede percibir. Los cines están en desaparición, las salas de cine están en desaparición. Se sostienen pura y exclusivamente por presencia de algunos fenómenos masivos muy fuertes como las películas de Marvel. Quiero decir, se mantienen entretenimientos para los chicos, un lugar donde llevar a los chicos que se vuelve una necesidad imperiosa para padres cuando los pibes son chicos y hacen quilombo y necesitas calmarlos.

Entonces se vuelve una especie de ansiolítico; pero el cine de sala está desapareciendo. La actividad cinematográfica, a la que le auguro larguísima vida, queda en un receptor individual. Queda en una decodificación individualista. Vos sentado frente a la pantalla, en el mejor de los casos frente a un gran televisor, pero solo o a veces acompañado por alguien. Se pierde efectivamente el concepto del encuentro, el concepto de ceremonia.

El cine de sala, así como el teatro, no son otra cosa que una ceremonia en la que se celebra una serie de cosas. No sé si este sería el lugar indicado para desarrollarlo pero, entre otras cosas, son siempre una ceremonia de violencia. Siempre hay un acto de violencia que es lo que mueve todo y el público participa masivamente de esa ceremonia y se afina en esa ceremonia. Cuando vos ves, por ejemplo, manifestaciones en el teatro, las risas, los aplausos, los suspiros, las quejas; todo eso no es otra cosa que una afinación. Uno siente cómo está palpitando el de al lado, y palpita a favor o en contra. Eso es lo que tienen las asambleas, son asambleas implícitas. Al perderlo se pierde un mecanismo de afinación extraordinario que no hay con qué reemplazar.

Ese acto individualista de quedarnos en casa mirando Netflix, mirando ficciones en Netflix hace,entre otras cosas, que ni siquiera podamos ir mucho más allá de lo que dice literalmente esa ficción ¿Por qué? Porque al no poder afinarse no estas sintiendo qué es lo que está sintiendo el vecino en relación a eso, entonces pierde el sentido de festejo, el sentido de encuentro, el sentido de ceremonia. Estamos en un deslinde tan interesante como peligroso.

La pérdida de la comunión entre las personas.

-M.K.: Exactamente.

El teatro en ese sentido sigue teniendo su aura de hecho social, político y también cultural o de entretenimiento, ¿cómo lo ves?

-M.K.: Lo tiene. Y agregale a eso, en este momento, el valor de energía alternativa, de energía contracultural ¿Por qué? Hablábamos hace un rato de las corporaciones, hablábamos de lo virtual. El teatro no necesita de ninguna corporación. El teatro necesita cuerpo. Es cuerpo versus corporación y cuerpo tenemos todos. Teatro se hace con cuatro que se juntan alrededor de la idea de crear un espectáculo y no necesitan nada para hacerlo, se puede hacer en la cocina de tu casa. Y después lo que necesitas es una sala y nosotros tenemos afortunadamente una serie de subsidios que le permite a cualquier grupo independiente acceder a una sala. Por lo tanto, está en un estado de libertad extraordinario. Se vuelve alternativo. Hoy ir a ver teatro es ir a ver una zona liberada.

Por supuesto también hay teatro dependiente, también hay un teatro que afirma los valores del sistema; aun aquellos que nos llevan a la virtualidad y a los intereses de la corporación. Como hecho en sí mismo es un lugar liberado, de los pocos lugares liberados, justamente porque no depende de las tecnologías. Eso lo vuelve trascendente de una manera muy diferente de la que fue hasta ahora, porque si hasta ahora era trascendente en su capacidad de comunicar ideas, en su capacidad de entretener; ahora se vuelve trascendente también en su condición de arte desafiante.

Y por el otro lado se vuelve reservorio de algo que sin el teatro se pierde, que es la inteligencia mimética del actor capaz de representar durante una hora y media un papel aprendido. Honrando, casi te diría haciendo un homenaje, una exhibición sorprendente de lo que es la memoria; mostrando esa inteligencia mimética en el cien por cien de la exigencia; cosa que no pasa ni en la televisión ni en el cine. Entonces el teatro, una vez más, va quedando como una especie de reserva de asombros.

En el cine no te asombra nada, ya no hay nada que te pueda asombrar. Ya Marvel hizo todo lo posible para asombrarte. No hay posibilidad de que un recurso en el cine asombre. Siguen asombrando las historias, siguen emocionando. Pero ya lo que no existe es lo que pasa en el teatro cuando uno queda fascinado por eso que está haciendo el actor ¿Por qué? Primero porque en el cine ya sabemos que está hecho todo fraccionado y luego está editado; pero si miramos un poco más adelante el futuro se pone más grave aún.

¿Por qué? 

-M.K.: Porque el cine, ya en este momento, está empezando a tener una cuota muy grande de materiales virtuales, materiales creados, avatares. Hoy un actor enchufado a cuarenta cablecitos te hace diez personajes y eso supone que, si la productora está ahorrando diez sueldos, el destino inevitable del cine y de la televisión de ficción de acá a veinte años será que el grueso de las actuaciones sea virtual. El actor va a quedar casi como una especie de perla, como la piedra preciosa que se pone para mostrar ese acto de habilidad. Por lo tanto también va a decrecer la demanda ¿Dónde va a seguir la demanda? En el teatro. El teatro va a seguir ¿Por qué? Porque el espectador va a seguir reclamando ese asombro de la misma manera en que, a pesar de que haga miles y miles de años que el hombre ha desarrollado habilidades manuales, nos seguimos parando en un semáforo con la boca abierta cuando dos pibites en la esquina se tiran clavas y parece que se les va a caer y hacen chiste y la vuelven a levantar con el pie. Ese acto de solvencia sorprendente que es la misma sorpresa que tenemos frente a la inteligencia mimética del actor cuando ves esas actuaciones que te caés de culo y decís “¡¿Cómo lo hace?! ¡¿Cómo hace para ser otro en tiempo real?!” Por todas estas razones, por esas razones políticas e ideológicas, el teatro tiene el futuro asegurado.

¿Cómo fue que te hiciste peronista o empezaste a militar políticamente? ¿Qué te motivó?

-M.K.: Bueno, hice un periplo bastante habitual. Pasé por la izquierda tradicional. Pasé por el PC (Partido Comunista); vengo de una familia con fuerte arraigo en el PC. En el secundario hice un paso fugaz por “La Fede” (Federación Juvenil Comunista de la Argentina); pero eran los tiempos de revelación de nuevas formas de izquierda y me fascino la hipótesis de la izquierda nacional. Mi primer acercamiento más consciente y más apasionado fue al Frente de Izquierda Popular. Y esa sensación de que hay otra manera de pensar el marxismo; lejos de esas revistas soviéticas mal traducidas al español que me hacían leer mis tíos; con mucha raigambre en los procesos populares argentinos.

Bueno, naturalmente en los setenta buena parte de lo que constituía la izquierda nacional pasó al peronismo cuando encontró que había posibilidades de un nuevo peronismo. Un nuevo viejo peronismo, porque la izquierda estuvo presente siempre. Pero ahora había posibilidades de construir; de armar, como si yo te dijese, un nuevo contrato. Era fascinante, era difícil además porque aparecían lugares extremadamente controvertidos. Estábamos hablando en el marco de una hipótesis de violencia sí o violencia no. Pero para un joven militante la posibilidad de sentirse en el marco de un espacio muy empoderado era fascinante y entonces entré por el campo de la Juventud Peronista. Después muy rápidamente empecé a militar en una entidad, en una asociación, el Centro Cultural José Podestá, le llamábamos “La Podestá” que era un espacio de artistas fundamentalmente actores; y entrabamos también de refilón, en ese caso, los dramaturgos. Allí se armó el grupo con el que estrené mi primera obra que se llamó, nada más y nada menos que “¿Civilización o Barbarie?” con signos de pregunta, escrita junto con Humberto Rivas.

Armamos un grupo que la representó, ese grupo se llamaba “Grupo Cumpa” y por imperio natural del deseo y la necesidad terminé actuando. Tengo la convicción de que hay dos maneras de vivir la política, una es vivirla en la cabeza y otra es vivirla en el cuerpo. Cuando la vivís en la cabeza la política es un lábil, puede cambiar mucho y muy rápidamente. Cuando la vivís en el cuerpo encarna en el sentido más literal, pasa a la carne. Yo creo que esas son las virtudes de la militancia. Esto de actuar, hacer una obra, representarla, tener que defender ese acto artístico también afuera; eran épocas en las que era habitual tener que defenderlo y no siempre desde la palabra. Te instala en un lugar en el que te obliga a que el cuerpo incorpore y yo creo que mi cuerpo lo incorporó. Hoy no me puedo imaginar de otra manera.

De hecho tu arte es tremendamente político, aunque esté subyacente.

-M.K.: Sí, efectivamente. A ver, no todas mis obras son explícitamente políticas pero yo tengo la sensación de que aun aquellas que no lo son de manera explícita lo son de manera implícita. Pero no tiene que ver con un compromiso militante. Yo no tengo en gran valía el concepto del compromiso del artista que se impone el tener que decir algo y obliga a su arte a conformarse en un mero medio de comunicación. Mis obras son políticas porque mi cabeza funciona en términos controversiales políticos. Mi cabeza esta siempre peleando, mi cabeza esta siempre dando vueltas, objetando. Entonces, a la hora de sentarme a escribir, es inevitable que eso aparezca. Pero aparece porque el contexto de mi cerebro no tiene otras cosas con las cuales contextuarlo. Si el arte es fondo y forma, el fondo con el cual imagino todo es un fondo en el que la política está muy presente. Pero insisto, no tiene que ver con un acto político de compromiso, de obediencia, sino de naturaleza.

¿Por qué pensás que mantenés esos niveles de energía?

-M.K.: Bueno, en mi casa siempre se decía algo: El que trabaja en lo que ama cumple el sueño de vivir sin trabajar. Es la sensación de que todo lo que uno hace es un acto placentero y los actos placenteros son energizantes. Yo tengo con el teatro un acto de pasión muy grande. Desde representarlo, a escribirlo, a ensayarlo. La verdad es que es muy difícil pensar en una actividad artística como ésta sin entusiasmo. Yo te diría la paradoja del concepto de la palabra “jubilación” que en su raíz tiene la palabra “júbilo” y si algo uno no suele encontrar en los jubilados es ese estado jubiloso. Yo creo que tiene que ver justamente por el trabajo como condena; con la aceptación de que el trabajo es algo inevitable que hay que hacer para ganarse la vida y no haber tenido la fortuna que tenemos algunos artistas de poder dedicarnos a lo que realmente nos entusiasma. Y además tengamos la módica cuota de guita que necesitamos para poder vivir de eso.

¿Ustedes en las obras están organizados como cooperativa?

-M.K.: Si. Argentina tiene una posibilidad riquísima; el teatro argentino tiene una posibilidad extraordinaria a partir de la existencia de las cooperativas eventuales, cooperativas accidentales de trabajo que pueden inscribirse en la Asociación Argentina de Actores y funcionar como tal. No hay tantos países donde exista esto, hay algunos otros pero no son muchos. La posibilidad de organizarse en cooperativa, más allá de cierta zona de facilidad administrativa inevitable que propone, es también equilibrada. Porque las cooperativas en la Asociación Argentina tienen límites establecidos de cuáles son los puntajes posibles, “si este gana tanto, cuanto puede ganar el que gana menos” por ejemplo. Es una ley de equidad preciosa.

Nosotros somos, con los dos espectáculos, cooperativas eventuales, cooperativas accidentales registradas en la Asociación de Actores, pero nos movemos de una manera casi soviética en cierta búsqueda de la equidad mayor. En estas cooperativas todos los que trabajamos ganamos lo mismo. Las únicas diferencias las hacen los roles técnicos que no tienen la necesidad de ir a las funciones, pero así y todo, nuestras escenógrafas, vestuaristas e iluminadoras son parte de la cooperativa. Por lo demás, tenemos todos puntajes iguales. A mí me parece que no tiene que ver con un acto de rendirle cuenta a alguna idea o ideología, tiene que ver con un hecho vital. Con sentir que efectivamente es extraordinariamente más feliz la actividad cuando uno la comparte en una comunidad plena, en una comunidad que se comparte justamente como tal. Y por el otro lado, es también una manera de repartir las responsabilidades y de poder pedirle a todos que pongan su hombro y su tiempo y creo que seriamos extremadamente más felices todos si existieran muchas más cooperativas.

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