Hace unas semanas se conoció la sentencia por el homicidio a Fernando Báez Sosa. Cinco jóvenes fueron condenados con penas a prisión perpetua y otros tres a 15 años de prisión. Una sentencia festejada por gran parte de la sociedad, cargada de discusiones que exceden a la justicia, pero que se plegó a la vox populi tramada por la justicia mediática que reclamaba una pena severa y ejemplificadora, que pedía que la sentencia estuviera a la altura de la violencia que usaron los jóvenes, que reparase el dolor de la familia con un dolor semejante. Una sentencia que, para ser perfecta, debería completarse con la justicia tumbera, fálica, hecha con la misma testosterona y violencia que les reprochan a estos jóvenes.