Por Rubén Fernández Lisso
La gerascofobia está definida como el miedo a envejecer. El edadismo es el rechazo y la discriminación a la que son sometidas las personas mayores. Estos estereotipos actúan de la mano en nuestras sociedades pauperizadas. Quién no escucha frases como: “yo no me quiero jubilar“, “no quiero ser viejo“, “los viejos no sirven para nada“, “los viejos no tienen vida sexual“… Hasta se ha intentado imponer el paradigma de morir joven con un cuerpo hermoso. La estupidez es tan infinita como el combo de desprecios donde hay ofertas para todos los gustos. Solo les falta decir que si no existieran sería mejor. Ante tamaña desvergüenza asoma la lucha reivindicatoria de las y los adultos mayores para defender sus derechos.
El problema es grave y acuciante: en nuestro país la jubilación mínima no llega ni a la mitad del valor de la canasta básica de vida. Como dice Eugenio Semino, abogado y Defensor de la Tercera Edad: “La persona que fue envejeciendo es un espejo que adelanta y acá la jubilación se asemeja con que te peguen un bife sanitario: vos, si ganabas 100, vas a pasar a ganar 50 o menos todavía.”
“El envejecimiento es un proceso –continúa Semino-, no existe la vejez en sí misma, y menos aún relacionar esto con la edad jubilatoria. Hoy a una persona de 60 o 65 años la biología le da 20 o 25 años más de vida plena, siempre y cuando se le incorpore calidad de vida“.
Pero esa condición de calidad no se incorpora casi nunca. Hoy, al crecimiento de la expectativa de vida se la considera un problema financiero. En este contexto se multiplican las diversas formas de discrimación sobre adultxs mayores.
Olivia Ruíz, Secretaria de Previsión Social de la CTA Autónoma, indica que “cuanto más grande, uno es más discriminado por su condición de adulto mayor. Se empiezan a ver cada vez más los no derechos: el no derecho a una jubilación digna; no hay garantías de derecho a la salud, desde la atención más primaria hasta la más compleja; y en todas las situaciones donde se quiebra un derecho está implícita una cuestión de edadismo. Ni hablar cuando las personas entran en situación de dependencia física o emocional o psíquica. También los términos que utilizan para nombrarnos: viejito, abuelito, los diminutivos, todo conforma un combo que es inversamente proporcional al que plantean, por ejemplo, los pueblos originarios donde los principales saberes son los de sus viejos.”
Roberto Orden, Magíster en Gerontología, destaca que “estamos advertidos sobre la necesidad de establecer una política pública de cuidados“. Y sigue: “Cuando hablamos de edadismo hablamos de todo el contenido cultural profesado consciente o inconscientemente; y producido y reproducido por un colectivo que termina poniendo, de alguna manera, en una situación de desvalorización, de subalternidad, a una parte de los miembros de esa sociedad.”
“Es un derroche gastar tanto dinero en previsión y seguridad social” dicen todos los días por televisión los promotores de la decadencia. Jamás se nombra a los adultos mayores como impulsores del consumo y la producción, como ciudadanos activos. Es más, los llaman el sector pasivo.
Para Eugenio Semino “en tu propia autopercepción te asustás porque sabés que a los 60 o 65 años no te jubilás del laburo, te jubilás de la vida, pero se pierde de vista que lo más saludable en la vida es envejecer, sino te quedaste en el camino. Ahora, si el pibe está viendo en el espejo que adelanta, que somos los viejos, esa imagen de que no vas a tener guita, que la atención médica es paupérrima –pública o privada-, que no vas a poder cumplir tus deseos, ni con los sexuales ni otros más elementales que es comer la fruta que te gusta… Porque hoy el jubilado con la mínima tiene que comer lo que puede, y tiene que vivir donde puede, y tiene que seguir laburando hasta el día de su muerte o hasta que la salud se lo permita. Con trabajo esclavo, porque trabaja en negro y se le paga poco. El cúmulo de violencia que reciben los adultos mayores es brutal e invisibilizada.”
El principio de la solución, coinciden, sería encauzar un movimiento paralelo y relacionado con el movimiento feminista como el que se vive en nuestro país. Comenzar a construir colectivamente una perspectiva de envejecimiento, que discuta estos temas y los ponga en debate público. Y que sean las y los viejos quienes hablen por sí mismos. “Creo que hay que empezar un movimiento anti viejista urgente“, dice Olivia, “que empiece a mostrarle a la sociedad que es necesario cambiar el paradigma de que los viejos no sirven para nada, que son solamente personas asistidas, que no aportan en términos de producción a la sociedad. Si no aportan en esos términos es porque ya lo hicieron. Pero pueden seguir haciéndolo en términos intelectuales o de experiencia, o incluso en términos productivos“.
También entender que es en el día a día que ponemos en juego nuestro futuro: “Hay una compañera que dice que nosotros empezamos a jubilarnos el día que empezamos a trabajar. Esa enunciación remite a que si no pensamos en nuestro futuro desde el primer día de trabajo, aceptamos que nos paguen parte de nuestros salarios en negro, y un montón de otras precarizaciones, a la larga permitimos el deterioro del sistema previsional. La organización y movilización para exigir derechos es imprescindible“.