Por José María Barbano
La pala mecánica desarmó de un solo movimiento la casilla de cartón y plástico armada por el okupa.
El niño, frente a la tele, se rió a carcajadas. “Parece – decía – el lobo soplando la casita de paja del chanchito perezoso”
En efecto. Un solo operario, casi sin respirar, puede limpiar 10 hectáreas de intrusos. O 10 campos enteros.
Sin embargo, los que guardamos historias más recientes, vimos en su momento las topadoras arrasando los asentamientos de villas incipientes. En aquellos años no había distinción entre plazos para retirarse o expulsión sin miramientos. No era cuestión de terrenos; eso quedaba feo.
Con un poco más de miramientos, el Proceso de Reorganización Nacional, demolió lo que había que demoler a fin de organizar el transporte en la ciudad de Buenos Aires, dando espacio a deslumbrantes autopistas. Estos últimos, víctimas del paso de la piqueta, obtuvieron compensación proporcionada al valor de la propiedad.
A los de Guernica, dicen que se les dio una ayuda económica. Y el ministro de la Provincia, aseguró que “cada uno de los desalojados, tenía un lugar para pasar esa noche. No se dejó a nadie en la calle”.
De cualquier manera, los desplazados por el Brigadier Cacciatore encontraron otro departamentito.
Las villas volvieron a levantarse en cuanto las topadoras se retiraron al cuartel.
La megápolis porteña siguió extendiéndose con venta de lotes de dudosa documentación y ocupación de fracciones estatales, de ferrocarriles, de fábricas abandonadas o permisos provisorios.
Las tarifas controladas permiten el acceso al agua, luz, gas, cloacas. Son derechos esenciales ligados a la porción de tierra del ciudadano.
Pero acceder a la porción de tierra NO parece un derecho esencial del ciudadano.
La historia también habla de cómo se compró la mayor parte de la Pampa Húmeda y Sur argentino. El recibo lo firmó el General Julio Argentino Roca: «Tenemos seis mil soldados armados con los últimos inventos modernos de la guerra, para oponerlos a dos mil indios que no tienen otra defensa que la dispersión ni otras armas que la lanza primitiva».
Esas tierras ocupadas por las autoridades fueron distribuidas a precios irrisorios, como reconocimiento por servicios al gobierno, por simpatía, a título gracioso con el solo motivo de extender la población, o como ofrenda a inversiones extranjeras.
Después de eso, se consagró el sagrado derecho a la propiedad de la tierra.
También se anuló el derecho del primer ocupante y de la posesión ancestral.
Con tal origen se armaron los latifundios, se decidieron los recorridos del ferrocarril, el tipo de producción y florecieron no pocas fortunas en las manos de apellidos “bien”. La composición social de Buenos Aires tiene algo que ver con eso.
Queda algo por explicar. ¿Qué hacen en derredor de zonas superpobladas, tantas hectáreas perdidas?
La producción extensiva tradicional, justifica latifundios que no siempre responden con eficiencia. Los vaivenes del mercado dejan inutilizadas parcelas urbanas y rurales a la espera de las conveniencias del negocio personal.
Quizá, en vez de aumentar impuestos a la producción, sería útil retomar la idea del impuesto a la tierra improductiva y/o abandonada.
Los mismos propietarios podrán sentirse impulsados a poner al servicio del país lo que le enseñaron que era sólo para ellos.